De pequeña, o sea hace bastante tiempo, leía tebeos del Jabato y el Capitán Trueno. La chica del primero, Claudia, era una romana morena, y Sigrid, una reina rubia y nórdica. No me identificaba con ninguna: siempre me pareció una lata ser el “descanso del guerrero”, esperando su llegada sobre el corcel, entre batalla y gesta. Y ellos, los héroes, eran aburridos a más no poder, unos iluminados sin aristas ni dudas, buscando la gloria y descuidando a su familia. Esa distancia entre lo que es un hombre real y esa cosa de acero inoxidable en la que les encorsetaron, se ha ido limando, cuando no demoliendo con los tiempos. Principalmente porque las mujeres se movieron del tiesto, por qué decir otra cosa. Si alguno o alguna siente nostalgia y piensa que por algún hechizo van a conseguir regresar a ese mundo, se engaña vilmente.
Ullán. La Luna / A. Suárez/Pull
Por ahí va la campaña del “hombre blandengue” del
Ministerio de Igualdad. Aunque cuando la veo o
leo, no pienso en fumigar a esos “hombres que caminan que parecen visigodos,
mucho músculo poco cerebro”, como
peroraban Siniestro Total. Pienso en José Miguel Ullán, el que estaba escuchando con una sonrisilla enigmática cuando
el Fary soltó su famosa frase. Ullán era
el periodista que dejó expresarse al cantante para decir algo que le salía de
dentro, algo que ya sonaba muy regular
hace ¿ya casi 40 años? Algo sobre lo que el propio Fary se contradecía: “Detesto al hombre blandengue. Esos
hombres que van con las bolsas de la compra,
que empujan el carro del niño… los detesto… bueno, me parece bien.”. ¿Sería que
le parecía bien que alguien llevara las
bolsas, pero no él en concreto? Es tarde para pedir al Fary, que era una mina de autenticidad, que aclare lo que
quiso decir. El caso es que lo entendimos todos.
Entendimos hasta su propia contradicción, porque, a ver, ¿quién no quiere estar
sentado con el mando de la tele y a la vez que
estén las cervezas frías en la nevera y el nene calladito?
Pero yo pondría el foco en José Miguel Ullán, por
desgracia ya fallecido hace unos años. Ullán era un
artista completo. De él dijo María Zambrano que era “un poeta único que hay, de
tarde en tarde, en cada país”. Pero no
solo eso, busquen su currículo. Digamos que, en el ámbito de la cultura y el periodismo, estuvo en los lugares que
cualquiera ambicionaría. Eso sí, duraba poco.
Era como el agua, libre, y también capaz de provocar inundaciones. “Un escritor
sin maldad no puede ser bondadoso”,
decía. Recién llegada a Valladolid, asistí a unas jornadas sobre la poesía de Francisco Pino. Por ahí andaba
Ullán, cercano a la gente del Signo del Gorrión,
revista que ilustró también. Le recuerdo tímido y con media sonrisa en la mesa,
leyendo algún poema, pensando en a saber qué.
Del Fary no dijo nada en aquella ocasión. Pero sí he
encontrado, en una revista ya desaparecida, la Luna
de Madrid, una entrevista en la que explicaba por qué un señor como él, un intelectual, que conocía a Roland Barthes, tenía
ese interés por las folklóricas, o por Eurovisión,
festival que presentó varias veces: “Todo aquello que parecía coincidir más con
mis intereses empezó a aburrirme como a
las tres horas de llegar. Todo es intercambiable con los intelectuales al uso en este país. Pero no era lo
mismo con el Fary o Juanita Reina”. Reconocía que Alaska le caía bien, pero que su lenguaje y forma de hablar era un
rollo, porque justo hablaba como él mismo, y que prefería a la Pantoja en
eso, porque lo que decía le salía de dentro,
de las tripas.
Por ese interés sincero en lo que tiene que decir el
otro, aunque sea otro muy diferente de uno mismo,
Ullán logró que José Luis Cantero hiciese esas declaraciones brutales que dejan
al descubierto la endeblez de las
costuras del machismo. Fue el mismo Fary el que hizo la mejor campaña contra esa forma ridícula e injusta de
entender el mundo y las relaciones de pareja. Pero claro, tenía que haber al otro lado un señor tan listo como José
Miguel Ullán, nacido en Villarino de los
Aires, Salamanca, y no un periodista militante de los que tanto abundan hoy,
que se hubiera escandalizado al minuto y hubiera
hecho callar o incluso expulsado del estudio al Fary. Por eso es conveniente dejar a la gente que hable y diga lo qué
tiene en la cabeza, y hasta es posible
que ellos mismos empiecen a contradecirse. Porque lo del sermón todo el día
no hay quien lo aguante.
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