viernes, 28 de abril de 2023

Nadie es igual, pero tampoco más que nadie

Cada mes de abril se abre una especie de competición para ver quién se siente menos
de Castilla y León. León va en cabeza, pero no es el único; le sigue Burgos, Palencia,
Salamanca, Zamora... En todas las provincias hay gente que ha pensado que mejor le
hubiera ido sin Pucela. De hecho, no hace falta salir de la ciudad del Pisuerga para
encontrar en alguna ventana una bandera de Soria Ya, pintadas de León Solo, o aquello
de “Burgos siempre cabeza de Castilla”.
Si en nuestro acervo popular tenemos un refrán tan brutal como “mejor solo que mal
acompañado”, no es raro que las ocho provincias miren a Valladolid con suspicacia. Y eso que nuestra tierra es suavecita en el tema del independentismo. Llevarse regular
es lo natural, y lo más fácil es echar la culpa a Valladolid, a Madrid o a Bruselas cuando
algo no funciona o sencillamente no lo hace a nuestro gusto. Salvo cuando estamos
aquí, que echamos la culpa sólo a la Junta, en el resto de provincias Junta y Valladolid
son lo mismo. “Cosas de Valladolid, menudos modorros”, escucho, y pienso que qué
tendrán que ver los vecinos de la Pilarica o de La Rondilla con el asunto en cuestión.
Mis paisanos de Segovia solo vienen a Valladolid al Río Hortega o al Río Shopping, del resto de la ciudad y provincia poco saben. Valladolid se ve como un lobby de
politiquillos y burócratas, empeñado en fastidiar directamente al resto de provincias.
No digo yo que algún psicópata no quisiera hacerlo, pero para eso hace falta una
disciplina y programación a largo plazo de las que creo que carece la clase política, que
como mucho tiene pilas para cuatro años, y a veces ni para cuatro semanas.
Igual que cuando arremeten contra Valladolid salgo en su defensa, doy parte de razón a los que la critican. Escuché decir al alcalde de León que no a todos les repartieron las mismas cartas, y es verdad. Valladolid no habla de agravios porque ha tenido otras herramientas. Por ejemplo, no le ha fallado, y que así siga, la automoción, como sí le falló la minería a León, o a Asturias, uniprovincial y pese a todo con muchos problemas. Y la “capitalidad” le ha fortalecido, con un tejido institucional que llena la agenda e impulsa actividad casi por inercia. Aunque se trate de un proceso quizás inevitable, un poco de humildad y comprensión hacia los sentimientos de las otras 8 provincias podría ayudar.
Tampoco creo que rente buscar justificaciones históricas para “poner en su sitio” a los que sienten cosas diferentes. Si algo se ve en el tema de las identidades es que se puede retorcer sin límite el trabajo de los historiadores hasta que te dé la razón.
Prefiero pensar a lo grande e imaginar cómo sería un referéndum abierto. ¿Quiere
usted seguir en Castilla y León, o que su provincia sea autónoma? Porque abierta la
veda sería raro que no surgieran élites locales tratando de presidir gobiernos, con sus parlamentos y asesores correspondientes. Cada provincia podría tener a su propio Revilla, si no es con anchoas pues con embutido, o lo que se tercie, un himno y hasta un dialecto. Los problemas graves seguirían allí, como el dinosaurio del cuento, cuando nos despertáramos. A lo mejor entonces, por supervivencia, sí éramos capaces de llegar a coaliciones con la uniprovincial de al lado.
Esto lo pienso yo porque no soy una creyente de la causa. Porque, como dijo el otro
día Rafael Cadenas, un señor viejito y débil, que tenía que hacer pausas para hablar
cuando recibió el Premio Cervantes, nacionalismos, ideologías y credos han servido durante siglos para dividir a los seres humanos. Y parece que no escarmentamos, ni siquiera en los tiempos en los que el único con el que hablan muchos es con Alexa.
Al final Villalar no es la enfermedad, sino el síntoma. No es un aquelarre, porque las
brujas no existen, pero tampoco debería ser un mitin. Tendría que apetecer ir, igual
que tendría que apetecer estar dentro de Castilla y León. A León no le gusta ir detrás
de la “y”; también puede que fuera más fácil para otros identificarse solo con Castilla
como marca. No pasa nada, no estamos en los tiempos de las cruzadas, ni vamos con
calzas y jubón. Nadie es igual a nadie, pero tampoco nadie es más que nadie, como
apunta ese viejo dicho que era castellano, pero que podría ser también leonés.

Sarcófago del infante don Alfonso de Castilla. Museo de Valladolid