martes, 27 de abril de 2010

Clima continental

Brotaron las lilas el fin de semana, y el martes estaban ya amarillentas. El clima continental es severo con la naturaleza, que en tres jornadas de calor liquida el agua acumulada. 29 grados marcan los termómetros del Paseo Zorrilla y empezamos a resoplar e indignarnos porque esto en abril no puede ser, oiga, que en el contrato que regula las estaciones no estaba previsto. Hartos de frío, hartos de agua, hartos de calor. En Canarias, con sus estables temperaturas, ¿de qué hablan en el ascensor?



viernes, 23 de abril de 2010

Dos imágenes para un día raro

Villalar es un día raro. Tan raro, que desde hace semanas sólo me encuentro a gente en la tele (regional) y la prensa (ídem) tratando de explicarlo. Segovia la díscola, que estuvo a punto de convertir a San Frutos en patrono de autonomía uniprovincial, es protagonista del “villalarismo”, gracias a la impactante estatua de Juan Bravo y a la música del Mester.

En los primeros mapas que estudié en el cole venía todavía Castilla la Vieja y Castilla la Nueva hasta que un buen día desplegaron otro y tuvimos que reaprender las regiones, perdón, las autonomías. En realidad, no cambiaba tanto: la nuestra seguía siendo esa mancha amarilla que quedaba en tierra de nadie, a caballo de unos y otros. Ahora los niños salen de la escuela agitando banderines con el pendón dibujado y cantando la “Tía Melitona”; hasta les enseñan a bailar la jota, con lo que ya superan las calificaciones regionalistas de sus padres. ¿Es bueno, es malo, habrá en el futuro ciudadanos más libres y comprometidos con sus semejantes? No lo sé.

Con Villalar recupero una foto que tenía guardada hace tiempo de las puertas del panteón de La Colegiata, en San Ildefonso. En ellas están labrados los leones y los castillos, ajenos a cualquier reivindicación, sólo para acompañar el reposo de los huesos de Felipe V. Otra foto más, para los vivos: el menú para llevar que ofrece un restaurante de la Acera de Recoletos. No es barato, pero Villalar es una vez al año, y seguro que está más rico que la pizza barbacoa.



miércoles, 21 de abril de 2010

Felices para siempre

Las que tomamos la comunión en la España de la transición teníamos bastantes posibilidades de hacerlo “de corto”. Por entonces parecía que los vestidos de princesa tenían los días contados, salvo que la familia tuviera necesidad de reciclarlos varias veces. Como un soplo pasó también la sospecha de que el divorcio, evidencia legal de que no existían ni las perdices ni el “felices para siempre”, unido a la generalización de esa cosa que antes se llamaban “relaciones extramatrimoniales”, acabaría con las bodas blancas y radiantes. El error de apreciación fue garrafal: de hecho, creo que nunca se han planificado con tanta minuciosidad estas ceremonias.

Recuerdo aquellas bodas de hace apenas un par de décadas en las que las mujeres podían lucir vestidos floreados de algodón y los hombres ir en manga corta. La misa, tirada de arroz, entremeses, seis langostinos, cordero y cochinillo, tarta nupcial con helado de tres gustos, copa y puro y banda cantando clásicos y alguna pieza “moderna” de Fórmula V. Estaba bien visto lo de ponerse la servilleta con cuatro nudos en la cabeza, cortar la corbata y la liga y gritar “que se besen, que se besen”. Si alguien piensa que esto sigue funcionando debería revisar urgentemente sus conocimientos nupciales.

He de admitir que Valladolid en esto lleva delantera a Segovia. Aquí recibí por primera vez una invitación de boda acompañada de la tarjeta de unos grandes almacenes donde debía tramitar la gala. Ya no vale con meter billetes en un sobrecillo, hay que consultar una lista llena de siglas y calcular lo que puedes pagar. Por ejemplo, “Cuch. Tr. Car.” o “Frut. / Pan. Inox.”, es decir, un juego de cuchillos de trinchar la carne o un frutero y una panera de acero inoxidable e inolvidable para la pareja. Si quieres hacer un regalo más personal, tienes que conformarte con pagar una tercera parte de la “Descl./jueg/ Cabec”, la descalzadora a juego con el cabecero. Con el tiempo he observado a muchas parejas decidiendo qué regalos incluyen en su lista, y ha crecido mi capacidad de comprensión: ellas se entregan con pasión a la tarea de elegir la vajilla perfecta que hará las sobremesas domésticas perfectas, mientras ellos se aburren como ostras, y sólo abren la boca cuando hay que decidir qué pantalla plana incluir.

Encuentro en Internet que los foros-boda son casi en su totalidad femeninos: o los hombres comparten sus dudas con seudónimo, o las resuelven mientras se beben un “cacique” o, más fácil, pasan de todo. Bueno, “pasan” hasta que llega el día, y se ponen hasta sombrero de copa, si les insisten bastante. No sé cómo interpretar esto, puesto que seguro que a todas las chicas les leyeron de pequeñas la Cenicienta, y Perrault deja bastante claro que la boda la organizaron “ellos”. Pero en este siglo XXI, son ellas las que se embarcan en esta agotadora tarea de que todo sea maravilloso y exquisito, como si pudieran proteger su futura vida matrimonial con un bálsamo de tules y muselinas.

En Valladolid no hay Alcázar para ser el telón de fondo de las parejas acarameladas, así que los novios se retratan en el Campo Grande, en la Plaza Mayor, en los jardines de Las Moreras o, los más modernos, en el Museo de la Ciencia. También en San Pablo, iglesia de las más queridas para casarse, junto a los Filipinos, San Benito o La Antigua. Los de por lo civil que elijan el ayuntamiento sólo pueden casarse o los viernes o el último sábado de cada mes, según la normativa municipal. El condumio lo absorben casi totalmente los hoteles, con menús cada vez más complicados que incluyen barra libre, cortador de jamón y “recena” para los que se quedaron con hambre. Ha causado baja la tarta nupcial, demasiado obvia, que ha sido sustituida por postres individuales que evitan la cruenta escena del nuevo matrimonio entrando a matar con el sable para hacer las particiones.

Las peluquerías ofrecen el pack-boda, que ofrece peinado, maquillaje, manicura de manos y pies y, últimamente, depilación láser, micropigmentación y masajes varios. ¿Y qué decir del vestido? Ahí, amigas, te la juegas. La tendencia es parecer muy muy sencilla -¿alguien ha conocido a una futura novia que no diga que irá muy muy sencilla?-, tan sencilla que si no fuera por el color podrías pasar por cualquier invitada, ya que cada vez hay más con vestido largo. Es de general conocimiento que la madrina tiene que llevar cubierta la cabeza con un tocado, pamela o florón bien gordo, y que todas las mujeres calzarán tacones que destrocen a conciencia los pies. ¡La elegancia, o la muerte!, como decía Jo en “Mujercitas”. Los hombres, más afortunados, sólo pueden meter la pata con el color de la corbata o por su falta de donaire para llevar chaqué, pero ni pasan frío ni necesitan tiritas.

Sólo un detalle más de la guía de la novia perfecta: un apartado que dice “Seguro de cancelación”. Esto sí que me parece un avance: si al final la cosa se tuerce, si tienes que dejar colgado al cura, a la modista, al chofer y al cortador de jamón, hay una póliza que cubre los perjuicios. Al ex novio, basta con mandarle un SMS.

viernes, 9 de abril de 2010

Santiago Hi-Tech

Alguien decía hace unos días que había que potenciar el “turismo de valores”. ¿Se es más bueno haciendo un tipo de turismo que otro? ¿Eso deja a los fieles a Benidorm a la altura del betún en materia espiritual? ¿Son mejores personas los que visitan iglesias románicas? Mi mar de dudas crece a medida que se multiplican las noticias sobre el Camino de Santiago, que este verano va a registraroverbooking. La última ha sido toparme en unos grandes almacenes con el individuo de la foto. Un tipo atlético, guapetón y sonriente, que a pesar de los kilómetros andados no padece ampollas ni rozaduras gracias a sus botas Hi-Tech. Todo un modelo de peregrino “de valores”. De valores bursátiles, digo yo.

lunes, 5 de abril de 2010

La fama, en cuarentena

Lleva tiempo el Campo Grande a medio gas. Acaban de rellenar el estanque, tras un invierno desnudo en el que unas obras mostraron los tuétanos de su transparencia, que estaban a poco más de un metro de profundidad. También, como las flores del jardín del gigante egoísta, huyó del interminable invierno la estatua que corona la fuente de La Fama, para ser restaurada. No sé por qué los vallisoletanos del XIX eligieron a esta diosa alada para recordar a Miguel Íscar, el alcalde que creó el parque. Porque la Fama era –es– una caprichosa irritante que tan pronto encumbraba a un romano tarugo que ponía a caer de un burro a otro paciente y sabio.

Si naces, trabajas y mueres en el mismo lugar, tu fama está adscrita a la de tu linaje. Si eres la duquesa de Alba esto puede ser una monada, pero si resulta que a tus ancestros los conocían como “los mamones” o los “pichafloja”, no tienes otra que tirar para adelante con lastre incluido. Cuando sales fuera, durante algún tiempo flotas en el limbo del desconocimiento, y tienes alguna –leve– posibilidad de construir tu fama de nuevo, algo que debería ser un derecho recogido por la Constitución. Digo leve porque en la marea urbana de “todos iguales” también hay clases. ¿Qué te hace respetable? Primero, y a bulto, la ropa: ir de marca es ir sobre seguro. Segundo, el coche (si lo tienes): yo no distingo más que los colores, pero noto que se clasifica al vecindario por los euros que vale el mamotreto que tiene en el garaje. Tercero, y tras indagar convenientemente: el trabajo. Si eres funcionario ya das bastante confianza, a pesar de que circule tanto chiste venenoso contra ellos; pero lo que da mejor fama es ser notario, registrador de la propiedad o médico; empresario, sólo si es de “gama alta”.

La buena fama, pues, está bastante relacionada con la cuenta corriente, y un excelente símbolo de ello es la Visa Oro, que te otorga un DNI clase supra, como en el AVE. Los pobres, lo siento, quedan excluidos de esta carrera. Hace mucho que no oigo eso que decía mi abuela de mujeres sin recursos que eran “muy trabajadoras, muy buenas y muy limpias”. Digamos que el tema de la honradez ha pasado a desuso en la escala de reconocimiento social.

Luego están las “famas” colectivas. La que se le da a una marca, a una tienda o a un restaurante, o sea, la fama que hace más apetecibles a cosas con precio. Esa también funciona con zonas o barrios enteros: es la que dice que Pajarillos o el Barrio de España son germen de conflicto y que por la calle Santiago circulan las buenas gentes de esta ciudad. Seguidamente está la fama de “tojunto”, que resume el espíritu local sin matiz alguno: así Valladolid es “Fachadolid” y Segovia un barrio de Madrid. El teorema “tojunto” dice que en Castilla y León tenemos fama de recios, pelín sosos, callados y sensatos; que los españoles vivimos en la calle y llegamos tarde a las citas; que los europeos nos creemos la crema y nata del mundo, y los terráqueos el centro de la creación.

Esa ignorancia hacia la verdad del otro ha sido así y creo que seguirá siendo así, porque es más confortable el tópico que la duda. Dice la wikipedia que la diosa Fama tenía un ojo en cada pluma de sus alas, y una lengua por cada ojo para repetir todo lo que escuchaba por ahí. Todo esto hoy resulta absolutamente moderno: basta con sustituir la pluma por la @ y la lengua por las tres www. Como la diosa, internet te convierte en eterno candidato a linchamiento público porque un día dejaste pasar una multa de aparcamiento sin pagar, o te encumbra como el tipo más amistoso del mundo, poseedor de más de cinco mil colegas en Facebook. Ahora la buena o la mala fama, en vez del invisible y maledicente cotilleo de una parroquiana, la crea una tontería colgada de forma indeleble en Internet. Gentes trabajadoras, honradas y limpias del mundo: hagan voto de castellano silencio sobre cualquier presunción que tenga que ver con el prójimo. Sé que no es fácil y que chismorrear es divertido pero, vamos a ver, ¿qué clase de ciencia es esa que acierta más cuanto menos sabe de algo o alguien?