domingo, 24 de junio de 2012

Preguntas para un tuno

Devorando como de costumbre la sección de avisos de un periódico, el pulsómetro de la vida normal de la ciudad, me topé con una exposición sobre los XXV años de la tuna de Derecho de la Universidad de Valladolid. Hacía pocas semanas, durante las fiestas locales, la tuna había sido protagonista involuntaria porque coincidió su recital en la Plaza Mayor con una protesta de los del 15-M. Un enfrentamiento de libro, de tigres contra leones, de estereotipos de conservadurismo contra estereotipos de progresismo, que ocupó mucho espacio en este debate tantas veces absurdo que amodorra los medios de comunicación.

Fui a la exposición a echar un vistazo y, de paso, abordar a algún tuno de guardia con mis tres preguntas: ¿son los tunos malos estudiantes repetidores? ¿son los tunos mujeriegos? y, especialmente, ¿son los tunos de derechas? Como no había nadie no pude hacerlas, así que tuve tiempo de recorrer con detenimiento las salas. Leí los carteles donde narraban la historia del tunerío, sus orígenes con ecos de juglares, goliardos y caballeros andantes. Me entretuve viendo un power point con fotografías de estos veinticinco años de la tuna “imperial, leguleyo y trasegadora”, como se define. Decenas de imágenes de esos jóvenes con calzas, becas y capas, visitantes imposibles frente al Taj Mahal, Disneylandia, Fátima, el Lago Ness o el Machu Pichu, abrazando armados de bandurria a los boinas azules del Líbano, a Carmen Sevilla, Marianico el Corto, El Cigala o Ramoncín.

¿Hacían algo malo esos chicos? ¿Se merecían acaso la sentencia aquella de “tuno bueno, tuno muerto”? Más bien parecía una inocente manera de recorrer el mundo, “una digna actividad si no se convierte en oficio ni la corrompe la avaricia”, como en uno de los carteles rezaba.

Pero mis preguntas seguían sin respuesta, así que mandé un email a la tuna pucelana, que tardaron un poquillo en contestar, porque la gente desconfía mucho de los periodistas, cosa normal. Pasados unos días recibí una respuesta de “Andreíta Janeiro” que no era un virus, sino el nombre del correo del tuno portavoz. Así, puedo afirmar con datos que: entre los tunos hay grandes estudiantes y también repetidores (salvo que el ministro Wert los expulse); que hay tunos de izquierdas y tunos de derechas, así como del Madrid y del Barça, y que más que mujeriegos, que eso a veces no les sale, “ser galantes y románticos es parte de nuestra esencia”. No niegan que cada vez es más difícil que entren nuevas generaciones de tunos, aunque también es cierto que las únicas asociaciones que en estos tiempos crecen son tuenti y twitter, por lo que no es atribuible únicamente al anacronismo de que vistan con bombachos.

Los tunos, que son un fenómeno colectivo y sin delanteros centro, invitan cada año a cualquier universitario a unirse a su panda, porque “no hace falta que sepas tocar un instrumento o cantar, nosotros te enseñamos y prestamos un instrumento”. Quieren recuperar la estela de los grandes tiempos de la tuna de Derecho, cuando el basurrilla, el calostrillo, el mortadela, el gominolo, el panoli, el yogurín y el mondroño rondaban a las mozas con ese cancionero, recopilado por el mortadelo, que repaso y descubro que yo, fan juvenil de Siniestro Total, conozco bastante bien. ¿Cuándo aprendí sin saberlo el repertorio de la tuna? ¿Soy por ello de derechas, repetidora, hombreriega o machirula? Me quedo pensando en los tunos y las mutaciones genéticas, mientras leo los mensajes de las cintas de la capa que muestran en la exposición: “la vallisoletana de tu corazón”; “para el tuno con más clase”; “un libro se abre con interés y se cierra con provecho; tú lo has hecho”; “del Mester de Juglaría”; “si un médico se equivoca lo mejor es echar tierra al asunto”; “un canto a Galicia”… Y la definitiva: “Me encantas”.







jueves, 7 de junio de 2012

En proceso de restauración

Como al segoviano que saludas si le ves en otra provincia y le ignoras cuando te encuentras con él en Fernández Ladreda, llamé para interesarme por la salud de la Fuencisla, que desde marzo está aquí cerca, en un sanatorio de arte que está en Simancas. A Valladolid sólo vienen los segovianos por obligación –médicos, Junta, trabajo– y, de alguna forma, su patrona ha sido una más. Sus 77 centímetros de madera necesitan cuidados, por el torpe robo de principios de año y también por el paso de tiempo. Aunque no soy cofrade y me siento intrusa y no sé si proscrita en los templos (aunque la parábola del Hijo Pródigo es tan hermosa que me salva), siento alivio al saber que ya no tendrá que soportar los tornillos con los que sujetaban la corona. También me gustaría que, como a la Mona Lisa bis del Prado, la restauración le birlara la pátina de niebla y años y reluciera tal como fue concebida, con su sencilla túnica azul y con su pequeño desnudito bien agarrado a la cadera.

En domingo, el día en el que de niña mis padres me llevaban de visita al santuario, me acerqué a Simancas. Me costó encontrar la dirección, Calle Carretera 2. Bautizo conciso para la vieja carretera, que quedó en desuso cuando se hizo la autovía y que ahora está al servicio de los paseantes locales y de los matojos. A vuelta de una curva, empinado sobre la ladera, estaba el edificio, rodeado de verjas y con un par de banderas por todo adorno. La vigilancia es permanente, porque ya hace tiempo que la mayoría teme más ser delincuente que sacrílego, y aquí se restauran muchas piezas que algunos coleccionistas comprarían sin escrúpulos.

No sé si la Fuencisla se habrá dado cuenta de que enfrente de su celda están las ventanas de arco de la antigua escuela de Simancas, en la que tantos mayos niños le cantaron aquello de “con flores a porfía”. O de que a pocos metros parte la tierra el Duero, grande y bravo, explicando sin palabras que la vida siempre sigue. Yo la llevaría a ver esas cosas, a coger tréboles y sortear ortigas; pero no me dejan, porque está en tratamiento. Pregunto a dos de sus cuidadoras y me cuentan que todo va bien, que para final de verano regresará a su sitio. Que es cuestión de unas cuantas radiografías, láseres, espectroscopias, colorimetrías, rayos x o así, para que la patología sea identificada y perfectamente tratada. “Y además, es como una madonna pequeña y proporcionada, es preciosa”, comenta una de las restauradoras, y ese apunte cariñoso me deja más tranquila.

La Virgen volverá en septiembre, y los segovianos, si los ladrones y los estúpidos nos dejan, llegaremos también a septiembre. Ojalá también pudieran restaurarnos a todos, por dentro y por fuera, y salir a la calle tal y como nos concibieron, pecadores y con miedos, pero también con la confianza de que, a pesar de todo, las cosas mejorarán.


Nota: La imagen de la foto no es la Fuencisla, pertenece al stand del Centro de Restauración de Bienes Culturales que se mostraba en la reciente Feria ARPA. Pero sirve de referencia ¿no?