domingo, 9 de febrero de 2014

Aprender el oficio

Akihito es emperador del Japón desde enero de 1989, así que ya han pasado veinticinco años desde aquella clase. La profesora de Redacción Periodística, una señora no muy joven, ni muy brillante, ni muy exigente, ni nada en especial, nos puso a todos a escribir sobre el traspaso de poderes en Japón. Yo rellené el folio y medio para salir del paso, sin contar apenas nada y adornando los párrafos con todos los lugares comunes que se me ocurrieron, excepto lo de la mirada oblicua y lo del sol naciente. En resumen, escribí una verdadera castaña. Por eso me sorprendió que, en la clase siguiente, me invitase a leer a mis compañeros la redacción. Le dije que prefería no hacerlo, y repuso que entonces la leería ella. Así pues, la leí. Y sí, era una verdadera birria; eso sí, una birria bien puntuada y sin faltas de ortografía.

Esta profesora poco carismática, que vestía como Tootsie y no como un corresponsal de guerra fuera de órbita, sabía cosas que los periodistas primerizos no estábamos preparados para comprender. Que, si seguíamos en esto, lo que ya sería una suerte, escribiríamos cientos, más bien miles, de textos tan vacíos como aquellos que nos pedía. Que, además, tendríamos que asumir que, siendo torpes y banales, esos textos eran nuestros. Y que, a pesar de todo, volveríamos una y otra vez a sentarnos con el respeto intacto ante un próximo folio que tampoco sería extraordinario, pero al menos debería bien puntuado y sin faltas de ortografía.

A veces, solo unas pocas veces, en este tintineo del teclado, en la rutina del trabajo, sale un texto más preciso que los demás. Solo a veces. Así crece el oficio, el del periodista o el del zapatero, tanto da. En repetir una y otra vez la misma música, sin distraerte demasiado, porque si te crees que ya la conoces de memoria y te descuidas vas a hacer mal tu trabajo. La rutina del artesano exige concentración.

Ahora que está de moda, tal vez como siempre, juzgar y dar la vuelta como un calcetín a la educación, cada día desayunamos con las llamativas propuestas de expertos, consultores y especialistas. Escucho sus atractivas fórmulas, y me pregunto si se puede aprender sin repetición, sin aburrimiento, sin recibir una inmediata recompensa a cambio. Me pregunto también si es posible adquirir y sostener un oficio sin repetición, sin aburrimiento, sin una aparente recompensa a cambio. Bueno, sí que hay una recompensa. Pero de ella te das cuenta mucho más tarde.