jueves, 6 de septiembre de 2012

El cantante melódico

“¿Quién pecó más, Judas o San Pedro?”, nos preguntaba el párroco. Nosotros, niños de siete años, respondíamos a gritos: “¡Judas, Judas!”. Y él contestaba que no, que el más pecador era San Pedro, “porque pecó tres veces”. Esa respuesta nos dejaba con la boca abierta y, la verdad, no le creíamos. ¿Cómo iba a ser más pecador Pedro, por dejarse llevar de su comprensible cobardía? Todavía hoy sigo dando vueltas a este asunto. Con los años comprendo mejor el valor –el pecado o la virtud– de la repetición. Atonta el brillo de lo casual, pero lo que da vida es la artesanía, la rutina, hacer un trabajo una y otra vez.

Por eso, si Alfonso Pahino hubiera sido solo el único vallisoletano que ganara un festival de Benidorm, sería un artista anecdótico. Uno de los 39 que ganó el certamen, prestigioso en los sesenta y setenta, en el que Julio Iglesias sentenció, tal vez por su juventud, que la vida siempre seguiría igual. Muchos de los nombres de los ganadores ya no dicen nada: no actúan, han fallecido, se diluyeron en el anonimato. Pero Pahino no. Con pequeños intervalos, no más de tres o cuatro años, ha seguido publicando discos; incluso ahora, cuando prácticamente la venta de música es testimonial, él se ha adaptado y ofrece su material en la web. En ella aparecen sus fotos de joven, un chico guapo con melena castaña clara –en sus inicios le llamaban el “rubio” –, con pantalones campana y camisas ajustadas. Con el impulso de Benidorm, escaló puestos en las listas de top fans de la época, que encabezaban Camilo, Bosé, Lorenzo o Bau. En una página de ¿Superpop?, en la sección “Cuéntanos tu vida”, Alfonso se definía como “un chico solitario; aunque tengo muchísimos amigos, me gusta a veces pasear solo. El primer instrumento que aprendí a tocar fue la armónica”. Se nos presentaba así como el típico héroe romántico dispuesto a enamorar, repartiendo su chorro de voz sobre títulos tales como “La llama del amor”, “Un amor en tu vida”, “Te quiero todavía” o “Déjame soñar contigo”.

La llegada de los cantautores con sus guitarras y compromiso social fueron relegando a Alfonso, como a otros cantantes melódicos, como se les definía. Siendo él mismo compositor, sólo aparece en una de las portadas de sus discos junto a una guitarra; a lo largo de los años, y hasta hoy mismo, que ronda los sesenta, es fiel a su imagen de galán, un galán correcto y simpático.  Durante algún tiempo estuvo en “América”, en el circuito de salas de fiesta que arranca en Miami y recorre varias capitales latinas, en donde le presentaban como “La voz de la fantasía”. También hizo algunas giras con cantantes de su generación, recuperando clásicos de los sesenta y setenta.

Pero lo que verdaderamente admiro de este hombre, que ha conocido el aplauso de tantas personas; que ganó un festival importante y contó con el apoyo de un tipo tan listo como Ramón Arcusa, el cerebro del Dúo Dinámico; un hombre que siendo muy joven tocó el cielo de su profesión y probablemente soñó que aún llegaría más alto, es que salga al escenario todas las semanas del año. En verano acude a galas en pueblos y barrios, y cada viernes de los largos meses fríos pucelanos, abre la medianoche en una discoteca con su “Yo soy gitano”, el que cantó en Aplauso, pero también con las versiones que el público del día requiera. Porque no es uno de esos artistas que dicen trabajar para sí mismos y arrean una zapatiesta al que se les acerca; abiertamente, quiere agradar. Y si le entrevista uno de prácticas en la tele local que se cree que el primer poema de amor lo escribieron Andy y Lucas, no tendrá inconveniente en explicarle con humildad cómo se llama y cuándo comenzó, cantará cuando le diga el cámara y contará una anécdota si se lo piden. Y encima lo hará bien, sin incomodar a nadie.

Hace unas noches le oí cantar junto al río, en una fiesta privada organizada en la terraza del Museo de la Ciencia. Él solo en un escenario pelado, vestido con pantalón oscuro y camisa clara, plantados bien los pies para proyectar la voz, repartiendo versiones de los Amaya, Bruno Lomas, Alaska o Amaral. Con el “abanibí aboebé” se desata el personal. Le gritan: “Fenómeno, que eres un fenómeno”.