viernes, 28 de junio de 2019

Martínez

Una historia que no es actual y que a nadie le importa, de las que me gustan. Por culpa de la lista semanal de Spotify, conozco al autor de esta canción, Hirth Martínez. No hay mucha información sobre él, nació en los Ángeles, murió hace pocos años, publicó sus dos principales discos a mediados de los setenta y poco más. Leo que en sus inicios Bob Dylan habló bien de él, aunque apuntan que a los pocos años Dylan ni se acordaba de él. El asunto es que Martínez, de origen chicano, se hizo relativamente famoso en Japón. De hecho, descatalogado su material en Estados Unidos, lo que está disponible en internet es vía importación desde Japón. Recuerda un poco su historia a la de Sixto Rodríguez. Esta es una versión de una de sus canciones más "famosas", aunque podéis encontrar listas tanto en Youtube como en Spotify. Sus letras son a medias naif y lunáticas, no se sabe si se ha tomado un tripi o está meditando mirando a la montaña. Las canciones, bonitas...



lunes, 24 de junio de 2019

Botellón

Noche de San Juan. Escuchando las cavilaciones de los chicos y chicas que iban a las hogueras que se preparan en las Moreras, rectifico. No es solo un gigantesco botellón de una pandilla de borrachos. Hay más cosas. Expectativas, deseos. Lo de salir a ver qué pasa, ¿te acuerdas?


jueves, 20 de junio de 2019

En el camino

Me acuerdo bien del verano en el que leí En el Camino. Fue en el torreón del Alcázar, vaya lugar, porque por entonces allí se ubicaba un punto de vigilancia de la campaña de incendios, en la que trabajé un par de veranos. Subrayaba párrafos enteros, en los que creía encontrar todas las respuestas al desorden de mis veinte años. Luego, no sé, cogí manía a este libro. Veo ahora este maravilloso artículo (que es de hace tiempo) y me pregunto si debería leerlo otra vez. Al fin y al cabo, en el camino seguimos.


jueves, 6 de junio de 2019

Humanos y contradictorios


No sé hace cuánto tiempo ni en qué mercadillo compré este libro, que apenas había ojeado hasta ahora. Se editó en 1961, con una tirada de 1100 ejemplares, 600 de ellos como “christmas” (así lo pone) y el resto para la venta. El librito, La batalla del cine, reúne varios artículos de Antonio del Amo, escritor, estudioso del cine y también director. En la solapa interior, se califica su labor como director de “continuada, aunque muy contradictoria… Así y todo, quien le conoce a fondo sabe que está preparado para hacer un buen cine”. Menciona las películas más personales, de las que estaba más orgulloso, Sierra maldita y Día tras día. Y silencia que fue el director de la mayor parte de las películas de Joselito, incluida El Pequeño Ruiseñor, trabajos que le permitieron sobrevivir, pero que también le encasillaron.

Del Amo, que de joven había militado en el PCE y durante la guerra rodó algún documental de propaganda republicana -por lo que pasó por la cárcel-, comienza el libro con una auto entrevista en la que trata de justificar esas contradicciones creativas de su existencia. “Sí, soy culpable. Hago cine comercial porque no me siento un héroe, sino simplemente un ser humano. Pero tener, lectores, en cuenta, que a veces lo que hacemos mal, en contra de nuestro gusto, no es siempre estéril, porque gracias a ello, nosotros mismos, u otros, podemos hacer bien”.

A los nuevos talentos del cine, les aconseja ver El Acorazado Potemkin, Paisà, Ladrón de bicicletas, Amanecer, Chaplin, Capra, Lubitsch… Sobre las condiciones que debe poseer un director, destaca: “La primera, la energía suficiente. Es la batalla más dramática de todas”.
Cuenta que Eisenstein fue su primer maestro de montaje, cuando tuvo en sus manos una copia de Potemkin: “Con amoroso cuidado la pasé varias veces en una bobinadora para estudiar la mecánica del montaje. Me emocionó cuando vi que el solo movimiento de un marino que arrojaba un plato al suelo con todas sus fuerzas y lo rompía en pedazos, estaba descompuesto en siete planos. Más tarde, cuando hice mi primer documental, yo repetí ese efecto con una bomba de mano, que lanzaba un soldado. Salió perfecto”.

Después de la lectura, reparo en la dedicatoria del ejemplar, uno de los enviados en las navidades de 1961. “A Valeriano Andrés, quien bien le quiere y le quiso. Con abrazos, A. del Amo”. Se llevaban diez años, pero casi al principio de sus carreras en el cine coincidieron en algún proyecto, y se ve que mantuvieron la relación. Valeriano de Andrés, “un hombre vulgaris, grupo primero”, así le describían en una sus películas. Un gran secundario, un superviviente con una larga carrera “contradictoria”, como son la mayoría, que en sus últimos años hasta puso voz a Herman Munster en la serie que emitió La Bola de Cristal.

Este libro que tengo pasó alguna vez por las manos de aquellos dos amigos.