No sé hace cuánto tiempo ni en qué mercadillo compré este
libro, que apenas había ojeado hasta ahora. Se editó en 1961, con una tirada de
1100 ejemplares, 600 de ellos como “christmas” (así lo pone) y el resto para la
venta. El librito, La batalla del cine, reúne varios artículos de Antonio del
Amo, escritor, estudioso del cine y también director. En la solapa interior, se califica
su labor como director de “continuada, aunque muy contradictoria… Así y todo,
quien le conoce a fondo sabe que está preparado para hacer un buen cine”. Menciona
las películas más personales, de las que estaba más orgulloso, Sierra maldita y
Día tras día. Y silencia que fue el director de la mayor parte de las películas
de Joselito, incluida El Pequeño Ruiseñor, trabajos que le permitieron sobrevivir,
pero que también le encasillaron.
Del Amo, que de joven había militado en el PCE y durante la
guerra rodó algún documental de propaganda republicana -por lo que pasó por la
cárcel-, comienza el libro con una auto entrevista en la que trata de
justificar esas contradicciones creativas de su existencia. “Sí, soy culpable.
Hago cine comercial porque no me siento un héroe, sino simplemente un ser
humano. Pero tener, lectores, en cuenta, que a veces lo que hacemos mal, en
contra de nuestro gusto, no es siempre estéril, porque gracias a ello, nosotros
mismos, u otros, podemos hacer bien”.
A los nuevos talentos del cine, les aconseja ver El
Acorazado Potemkin, Paisà, Ladrón de bicicletas, Amanecer, Chaplin, Capra,
Lubitsch… Sobre las condiciones que debe poseer un director, destaca: “La primera,
la energía suficiente. Es la batalla más dramática de todas”.
Cuenta que Eisenstein fue su primer maestro de montaje,
cuando tuvo en sus manos una copia de Potemkin: “Con amoroso cuidado la pasé
varias veces en una bobinadora para estudiar la mecánica del montaje. Me
emocionó cuando vi que el solo movimiento de un marino que arrojaba un plato al
suelo con todas sus fuerzas y lo rompía en pedazos, estaba descompuesto en siete
planos. Más tarde, cuando hice mi primer documental, yo repetí ese efecto con
una bomba de mano, que lanzaba un soldado. Salió perfecto”.
Después de la lectura, reparo en la dedicatoria del
ejemplar, uno de los enviados en las navidades de 1961. “A Valeriano Andrés, quien
bien le quiere y le quiso. Con abrazos, A. del Amo”. Se llevaban diez años,
pero casi al principio de sus carreras en el cine coincidieron en algún proyecto,
y se ve que mantuvieron la relación. Valeriano de Andrés, “un hombre vulgaris,
grupo primero”, así le describían en una sus películas. Un gran secundario, un superviviente
con una larga carrera “contradictoria”, como son la mayoría, que en sus últimos
años hasta puso voz a Herman Munster en la serie que emitió La Bola de Cristal.
Este libro que tengo pasó alguna vez por las manos de aquellos dos amigos.
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