lunes, 29 de mayo de 2023

La pájara

Cuando Perico salía con la bici no iba solo. Dicen que el hombre no puede escapar de su sombra, y Perico no podía escapar de su pájara. Perder la carrera por la pájara restaba épica a la gesta, pero a la vez esquivaba el exceso de drama que suele acompañar al fracaso. Porque la pájara jorobaba, pero a la vez era una compañera fiel, aunque, de vez en cuando, había que alimentarla.

El ciclismo viene a ser una metáfora de la vida: las reglas básicas son sigue el camino y aguanta sobre la bici. Se te puede cruzar un pájaro, o un pajarraco, pero el problema mayor es que aparezca la pájara. Leí que los marineros pueden sobrevivir 30 días sin comida y hasta diez sin agua, pero si son presa de la desesperación, apenas unas horas. La pájara te fulmina. Perico lo confesó, y por eso se le quería, aunque hubiera ciclistas mejores. Él era todos nosotros, porque lo normal en el pedaleo es no llegar, y que ganara el Tour lo vivimos como un milagro.

Hace poco ha publicado un libro en el que habla de la soledad de Perico, que es la soledad del pelotón, o sea de todos. Se presenta como alguien especializado en perder y volver a intentarlo, a ver qué pasa en la siguiente etapa. Las victorias son pocas, pero las derrotas todas. También para el aparente ganador, porque lo que se gana ya no se desea. Concluida la etapa, vuelves al punto de salida, una y otra vez. Ya lo decía (más o menos) Pompeyo: “pedalear es necesario, vivir no lo es”.

Escribo esto sin saber quién se acostó ayer pensando que en pocos días va a ser alcalde de cualquiera de los cientos de municipios de la meseta. Salvo que sea un iluso, habrá dormido regular. Tras el agotamiento de la campaña, ya estará asomando una nueva pájara, la del temor a asumir las consecuencias de coger el bastón de mando.

Lo malo de la fauna pajarera es que no se deja domesticar. Ni siquiera conseguimos que las palomas torcaces dejen de estampar tortillas contra el Paseo Zorrilla, así que mucho menos domable es nuestra esquiva pájara. A veces, con un solo aleteo nos engulle, y no podemos ascender el Tourmalet del lunes. Otras veces se apacigua y nos deja llevarla adormilada en el bolsillo. Incluso algún día está de nuestra parte, nos inflama el pecho y parece que nada se nos pone por delante. Eso pasa poco, porque, como dice Perico, lo normal es arrastrar a la pájara, jugar a perder y estar muerto de miedo. Por ejemplo, hoy tengo esas dos sensaciones, las ganas de volar y el pánico a meter la pata. Como muchos alcaldes, yo me estreno en esta columna. Sujetando el miedo, y a la vez con muchas ganas. Gracias por leerme.