sábado, 21 de septiembre de 2013

Aquella chica castellana

En 1923 María González Morales tenía catorce años, y también un hoyito en la barbilla. Guapa y fina, como se decía para definir ese algo que eleva a unas mujeres sobre el resto, camino de casa pasaba muchos días frente a la puerta del almacén de bebidas que Felipe García tenía en San Marcos. Así fue cómo el padre de Nicomedes llegó a proponer a la madre de la casi niña María que fuera la protagonista de la etiqueta del anís que envasaban los García. Durante varias tardes, hija y madre bajaron desde Zamarramala, donde vivían, hasta las puertas de la Vera-Cruz, donde la niña posó bajo el sol, vestida de segoviana, para un pintor ya reconocido en aquella época, Lope Tablada de Diego.

Dice una de sus hijos, Carmen, que María no daba demasiada importancia a esta historia, que le convirtió en el icono de Anís La Castellana y quizás en la chica segoviana más conocida en el mundo. En los últimos años, María solía comentar que esa de las etiquetas ya no se le parecía, que no era la misma que al principio. Que ya no era la joven que su memoria recordaba. Sin embargo, con cambios apenas perceptibles, María siguió siendo la mujer de ojos profundos y sonrisa breve de La Castellana. Una mujer grave, plantada y orgullosa, frente al irreverente protagonista del Anís del Mono, o la sosaina del Anís de La Asturiana.

María vivió noventa años en carne y hueso, y otros noventa impresa sobre la botella más clásica de Segovia. Porque hace bien poco fue sustituida por otra joven, cuando, a principios de 2012, la compañía estadounidense que actualmente es dueña de ésta y otras muchas firmas de bebidas decidió hacer un nuevo diseño de la botella. Se cambió algo el vidrio y la cápsula; se eliminó la vitola y el collarín del cierre pero, sobre todo, se modificó el dibujo de la etiqueta. Paisaje y chica se edulcoraron y estilizaron, para convertirlos en un agradable y perfecto dibujo animado.

Como el cambio fue de un día para otro, Carmen se dio cuenta tomando un café que la botella de La Castellana que había al otro lado de la barra no parecía la misma de siempre. Fue a un supermercado, y comprobó que la chica ya no era su madre. Rebuscó en tiendas y así se hizo con la única botella con la etiqueta original que conserva en casa. A la hija de la modelo no podía convencerle aquel súbito cambio. No es un tema material, porque si la obra se escapa con el tiempo de las manos y propiedad del artista ¿qué pobres derechos asisten a quien le sirve de modelo? Al menos, quede escrito el recuerdo de María, aquella chica segoviana.