viernes, 26 de marzo de 2010

Estrene algo

A mí la Semana Santa siempre me ha dado un poco de miedo. Lo que más me gustaban eran las visitas a los “Monumentos”, que me parecían muy bonitos, y, aunque suene poco espiritual decirlo, las torrijas. Si ya la procesión del Viernes Santo segoviano se me hacía muy larga, no es extraño que en todos los años que llevo en Valladolid no haya ido nunca a verla. Aquí hay 19 cofradías, suman miles y miles los capuchones, y en la PlazaMayor instalan una especie de gradas metálicas para que al menos unos cuantos vecinos contemplen sentados la procesión. Si tú preguntas a un vallisoletano si alguna vez la ha visto te dirá con toda contundencia que sí, pero todavía no he encontrado a ninguno que me aclare cuántas horas dura, porque lo normal es estar una rato viendo los Pasos, y marcharte sin esperar a que termine.

También me gusta el Domingo de Ramos, a pesar de que el episodio evangélico que representa deje el poso amargo de una alegría breve que acaba en tragedia. Aquí al lado tengo un puesto que vende palmas y, sobre todo, cogollos, aunque éstos, al contrario de los de mis recuerdos infantiles, no llevan grapadas florecitas de papel seda. Lo que es fundamental para este domingo es estrenar algo, y no hablo de calcetines. ¿Qué tal un nuevo punto de vista?

jueves, 18 de marzo de 2010

Promoción Cambridge

En la cola del colegio hay opiniones diversas sobre si los niños deben regresar a casa con cuatropecientas hojas de deberes o si les estamos aburriendo antes de tiempo. Hay quien prefiere la Religión y hay que opta por lo “otro”, que ya no se llama alternativa, ni ética, ni nada, es pura abstracción, como los rizos de Punset. Hay quien lleva al crío con biofrutas y quien le pone de almuerzo cebolletas. Pero el quórum es total cuando se habla del inglés: ahí todos los progenitores se cuadran y acatan que es fundamental para el futuro.

Esta percepción paterna de que al hijo hay que alimentarle, vestirle, ayudarle a aprender a caminar y cuanto antes imbuirle en el idioma de, pongamos un ejemplo útil y millonario, Bill Gates, está tan perfectamente coordinada con el pensamiento dominante que una de las críticas más atroces que hoy por hoy se puede hacer a un líder político es que no hable perfecto inglés, no que diga y haga tonterías a días alternos. Da igual que, con los pies en la tierra, la mayor parte de los españoles difícilmente se hayan cruzado en su trabajo con más palabras en inglés que “Windows”: siendo bilingües hubiéramos ganado, e incluso ligado, mucho más.

El primer libro de inglés que yo tuve sólo tenía dibujos, y una única página final escrita con el “Hail Mary”, el “Ave María”, que la verdad es que aprendí a la perfección. Con este material estuvimos un montón de años, experimentado lentos progresos. Me acuerdo de lo que se reían compañeros alemanes de la universidad cuando les decíamos que habíamos estudiado inglés durante más de ¡diez años!, cuando ellos llevaban sólo tres con el español y nos daban cien mil vueltas. Esta sensación de haber hecho el primo, compartida por mucha gente de mi edad, generación arriba o abajo, explica parte de las incongruencias actuales. Que un colegio se publicite como “bilingüe”, sin aclarar más al respecto, le da un toque Cambridge de lo más atractivo. En esto el cliente tiene la razón, y los padres piden inglés full time.¿Quién quiere ideario educativo, teniendo genitivo sajón?

El problema es que esto del bilingüismo no es gratis. En Valladolid hay varios colegios privados-privados, con cara matrícula, que imparten prácticamente todas las asignaturas en inglés o francés; bueno, en algunos imparten las que consideran “marías” –el dibujo, la educación para la ciudadanía y la gimnasia–, en castellano recio. Luego hay bastantes colegios concertados, y algunos públicos, que introducen el inglés generalmente en esas mismas “marías”. En los más, el idioma ocupa un par de horas, y punto. En fin, el desconcierto es total, la culpabilidad de los padres de hijos no bilingües, grande, y el gasto familiar, creciente. La oferta para padres desesperados es enorme: campamentos de verano, semana santa y entretiempo, academias, revistas, juegos de ordenador o DVD que son un rollo y que el niño cambia por Bob Esponja en cuanto te descuidas.

Estoy segura de que los responsables de diseñar nuestro sistema educativo, con sus mentes bilingües, habrán valorado numéricamente el poso de inteligencia que todas estas variantes dejarán en los cerebros de las nuevas generaciones. De hecho, estoy dispuesta a hablar castellano sólo en la intimidad, si es por el bien del futuro laboral de nuestros hijos. Total, si se nos olvida un poquillo de vocabulario de nuestra lengua, siempre nos la podrán enseñar de nuevo los inmigrantes latinos que han venido a vivir con nosotros.


viernes, 12 de marzo de 2010

Delibes y los pavos reales

Antes de que fuera capital de reino alguno, incluso antes de que conociera yo que le atravesaba un río que se llamaba Pisuerga, supe que Valladolid era tierra de pavos reales y del señor que había escrito “El camino”. Las plumas de estas aves me parecen todavía hoy mágicas e imposibles, y de hecho no he logrado hallar ninguna en quince años de paseos por el Campo Grande. El otro día me enteré de que, a principios del verano, durante el periodo de muda, bastantes jubilados madrugan para hacerse con el suavísimo botín, que sólo el viento o el azar podría acercar por tanto a mis manos. Eso sin duda lo sabría Delibes, vecino cercano del reducto verde de la ciudad y, además, amante de la observación y de los animales.

Tampoco me he encontrado nunca con Miguel Delibes. Desconozco cosas elementales sobre él, como si era alto o más bien bajo. No sé cómo caminaba, cómo miraba a la gente cuando se dirigía a él, o si su rostro se ensombrecía cuando una dependienta le llevaba la contraria. Sin embargo, estos detalles tienen poca importancia. Más bien al contrario, prefiero la lejanía: cuando hace unos meses recibió, en su casa, un par de distinciones, sentí pudor ante esas imágenes que quebraban la intimidad de aquel hombre mayor, golpeado por la enfermedad. Los premios son cosas de este mundo, que el mundo se queda.

Yo a Delibes no le llamaré nunca don Miguel, porque no le conocí y porque tenía un bello apellido que asocio con la portada más ajada de cuantos libros conservo: la del grabado de una casita naranja y azul. Una casita que más bien parecía manchega, pero que era la del “Mochuelo”, ese niño que quería vivir para siempre en su pueblo, pero que tuvo que irse fuera para prosperar, con una maleta repleta de mudas nuevas compradas con esfuerzo por sus padres. Si la primera novela de verdad que leí hubiera sido “La isla del tesoro” a lo mejor las cosas, como le pasó a Daniel, hubieran sucedido de otra manera; pero fue “El camino”, y eso imprime carácter. El carácter de prosperar, de seguir andando sin saber muy bien adónde vas, pero también de recordar lo que queda atrás, aunque sea agreste, un sentimiento de pérdida y resistencia que encuentro muy “Delibes”.

Tras este libro, aprendí a memorizar muchos más títulos del mismo autor, y algunos los leí. Años después, arrinconé lecturas tan rurales: ya se sabe que los jóvenes se creen que todo lo que merece la pena nació como muy tarde antesdeayer, y así avanzan deprisa y sin lastres. No sé si en esta vida tendré tiempo de leer todo lo que escribió el vallisoletano, pero lo que sí tengo claro es que, si José Zorrilla está encaramado en lo alto del pedestal de la plaza que abre el paseo más largo de Valladolid y encima da nombre al estadio de fútbol, las autoridades van a tener grandes –por no decir insalvables– dificultades para cumplir con el nombre de Miguel Delibes. Tal vez sea mejor que ni lo intenten, porque aquí lo importante son las palabras, y esas ni pueden tasarse ni recibir homenajes, y se dejan coger por cualquiera que madrugue y vaya a buscarlas.

jueves, 4 de marzo de 2010

En los tebeos lo aprendí

Yo crecí leyendo los tebeos de mis hermanos. Había “pulgarcitos” y “mortadelos”, pero con el uso se desgrapaban las hojas, y al final sólo sobrevivían a nuestras manos infantiles los álbumes de color de “jabatos” y “truenos”. Nosotros preferíamos al clan del Jabato, que surcaba los mundos en minifalda oteando el horizonte y suspirando por volver a su “Querida España”, acompañado por el bardo Fideo y el orondo Taurus. Jabato era un valiente ibero, que arreaba como nadie a los romanos invasores, eso sí, sin escabechinas gratuitas, porque su espada nunca llegaba a la piel de su contrincante de filo, sino plana, así que sonaba algo así como “Pam” y no “Ras”. Al final, el malo acababa muerto por accidente con su propia arma, o caía al vacío, o en el peor de los casos le encerraban de por vida, y la paz y la libertad quedaba asegurada por siempre jamás. Jabato y su panda regresaban por donde habían venido, sin más recompensa que algunas “vaquitas” asadas que se zampaba Taurus. Y la historia seguía, porque los héroes ni envejecen ni se casan; Claudia parecía más el nombre del puerto en el que de cuando en cuando arribaban que el de la futura esposa del Jabato.

Yo no sé qué porcentaje de mis nociones básicas sobre la justicia social debo a los guiones de Víctor Mora y a los trazos de Darnís o Ambrós, pero desde luego es bastante alto. Cuando creces y, como decía la canción que a veces repito para mis adentros cuando la desesperación es mucha, compruebas que “el mundo está al revés”, no dejas de desear con todas tus fuerzas que gane el bueno, una y otra vez. Y eso es educación para la ciudadanía en toda regla.

Después llegaron los don Mikis, con su formato pequeño y estupendo, repleto de buenas intenciones en plan boy-scout, y luego, para acompañar mi adolescencia, Esther, la mejor inversión de mi biblioteca. El mundo de Esther era el mío, me sabía muchas de sus frases de memoria, ella como yo estaba enamorada de un tontolaba rubio que la tomaba el pelo todo el rato, era sensibilera, insegura y tímida, cosas que hoy considero virtudes para una adolescente, pero que entonces me angustiaban.

Gracias a Pura Campos, la creadora de la morena Esther, regresé al tebeo, al cómic. Me enganché de nuevo a las nuevas aventuras de la pecosa, que ahora tiene 35 años, es madre y está divorciada, y de paso empecé a encontrar muy cómodas e interesantes –pero peligrosas para el bolsillo– las tiendas de cómic de Valladolid. Fuera prejuicios: no son territorio exclusivo de frikis aficionados a las cards, Tim Burton, la Guerra de las Galaxias, al señor de los Anillos y demás muñequitos, aunque también estén en sus escaparates. Como soy una madre sin complejos, me lo he pasado muy bien engullendo mangas que los puristas del cómic miran con desprecio, mangas blanditos que me parecen de lo más divertidos, aunque también me guste mucho Jiro Taniguchi, un japonés de dibujo limpio y de historias contenidas y más bien tristes, que casan muy bien con nuestro espíritu mesetario. Claro que disfruto con obras que la crítica pone bien, casi siempre de europeos y americanos, aunque los gustos respetables y los míos no siempre coinciden.

En Valladolid hay, que yo sepa, cinco de estas tiendas especializadas, regentadas por gente bien documentada y que asesora con simpatía a tu ignorancia. Al menos dos de ellas pertenecen apasionados del tema que dudo que obtengan beneficios: de hecho, abren cuando pueden. Además, existen bastantes asociaciones de aficionados, y desde hace cuatro años se organiza un Salón del Cómic, que este año se celebra junto a la estación de tren. Para los más reticentes, las bibliotecas –en todas hay una selección de cómic– pueden ser una buena puerta para despertar afición.

Leyendo tebeos he disfrutado, y disfruto, tanto, que me gustaría que los niños de ahora pudieran saber lo que era el peregrinaje hasta el kiosco para comprar el domingo la última entrega de la colección deseada. Claro que ahora no hay superhéroes que griten “¡Los íberos mueren, pero no se humillan!” o eso de “Santiago y cierra, España”, buen lema para el omnipresente año jacobeo. Ahora, todo lo más, se llevan un “Gormiti elemental fusión”, que cuesta tres euros y ni siquiera queda claro si lucha contra los malos o si el malo es él: demasiado realista.

lunes, 1 de marzo de 2010

Violetas perfectas

Ya están aquí las primeras violetas. Después de los vientos “perfectos” del sábado, el domingo encontramos tres violetas, con los pétalos encogidos, que se escondían entre la hierba del jardín de abajo. Aunque los astrónomos dicen que la primavera no llegará hasta las 18:32 horas del sábado 20 de marzo, para mí, a todos los efectos, la primera violeta anuncia que lo peor ya ha pasado.

De pequeña iba con mi madre a la cuesta del Refugio a buscar violetas, la flor más diminuta y deliciosa de la flora cercana. Había primaveras que no encontrábamos ninguna, y eso las hacía más preciosas aún. Aquí en Valladolid no tengo que ir muy lejos, porque en el jardín de la comunidad de vecinos se dan sin dificultad: hay primaveras que suman cientos, el olor emborracha, y me dan ganas de dedicarme a la jardinería, preparar té con pastas y escribir con pluma y tintero, como a las damas victorianas. Yo pagaría por un ramito de violetas, pero son gratis, como todas las cosas perfectas.