viernes, 30 de junio de 2023

Los invisibles peatones

El otro día mil y pico ovejas atravesaban, a pata, Valladolid. Derecho tenían porque la Cañada Real se llama así por algo, aunque la patente no está muy actualizada, y tuvo que ir la policía a protegerlas de los coches, que son los colonos de su antiguo territorio. Ellas pasaron muy ufanas, sabedoras de que la ley les protege… mientras no se les cruce un todoterreno.

Conozco la sensación de la oveja, porque soy peatona. Esa sensación de estar con mi atajo de compañeras, esperando mansas que un coche pase apurando el parpadeo naranja, para lanzarnos como locas al otro lado del paseo Zorrilla. El tiempo del peatón en verde es breve, y las compañeras más mayores a veces se quedan en la mediana, a verlas venir. Digo compañeras porque dos de cada tres, o más, de las que andamos por ahí somos mujeres. Como en el autobús. Buena parte de los hombres, en cuanto superan los veinte años y hasta pasados los setenta, se ve que son reacios a lo de someterse a la espera de la parada y a compartir el espacio con la mujeres y niños, como en los botes de salvamento.

La mayor parte de los peatones ocupamos con modestia el espacio público, que es el de todos. Cruzamos con cuidado, porque, aunque seamos mayoría, la lucha contra el tráfico es desigual, y un solo coche puede arrasar a nuestra manada. Y a más años, más modestia. Con 1000 metros a la redonda de casa, si la acera está despejada de la invasión de terrazas, tienes suficiente.

Pero esas son las cosas de los barrios, que no hacen tanto ruido. Porque el 90 por ciento del debate público sobre movilidad se concentra solo en una parte, el centro. El otro día escuché al alcalde que había que respetar a todos, que cada uno se mueva como quiera. Suena bien, aunque no sé en qué lugar quedamos las ovejas sin motorizar, que igual no podemos elegir movernos de otra forma. Los que quieren patente de corso, dicen que sin coche la gente no compra en el centro. Pero también cierran tiendas en los centros comerciales. Y aunque internet es el enemigo de todos, Amazon replica que vende menos.

Los hábitos y los tiempos cambian, y hasta los más empecinados en meter el coche hasta el atrio de La Antigua saben que es así. Por eso se concentran en ganar una pequeña batalla, eliminar carriles bici. Igual alguno no está bien puesto, no soy experta, pero sorprende que los ciclistas se hayan convertido en la presa a batir. En los cincuenta, para dejar sitio a los coches, tiraron un par de iglesias y teatros. No creo que ahora lleguen a tanto. Puede haber atorrantes que reivindiquen la libertad de su tubo de escape, pero, aunque ruidosos, son muy pocos.

Al final, de lo que se trata es de que el centro no sea un cascarón vacío, que es el mayor peligro. No es solo cosa de Valladolid, que va salvando los bártulos, porque todavía queda bastante vivienda real, y no solo pisos turísticos y locales alquilados a precios locos, muchísimo más altos que los salarios de los que en ellos trabajan. El peligro es que los vallisoletanos sientan que nada se les ha perdido por el centro, y se replieguen a los barrios donde tuvieron que trasladarse para poder pagar su casa. Ir o no en coche da igual si no tienes ninguna razón para ir. Por eso hoy no pienso, como pensaba hace años, que la Plaza Mayor solo esté bonita cuando está monda y lironda, en todo su esplendor arquitectónico, pero básicamente vacía. Me gusta que esté ocupada, sea con los andamios para ver procesiones, casetas de ferias, el tiovivo navideño, conciertos de músicas varias y hasta el mastodonte del pádel. Que cada cual se sirva lo que quiera, que para eso el coso es de todos los pucelanos. En la plaza cabemos muchos, miles. En coche apenas un centenar.

lunes, 26 de junio de 2023

Los mejores de su promoción

Escribo para el mal alumno. Para el que arrastra este verano algún suspenso, para el que el curso que viene va a repetir, para el que se plantea seriamente dejarlo porque igual no sirve, para el que va a cambiar de carrera. También escribo para los alumnos que aprueban, pero creen que no es bastante. Yo os digo: no temáis, los periódicos mienten, o al menos no lo cuentan todo. Por ejemplo, no cuentan que sacar un diez está sobrevalorado. Personalmente, creo que es una losa. Con el tiempo, te das cuenta de que un siete o, incluso, un cinco pelado, están muy bien. Ningún cirujano opera de diez; ningún profesor explica de diez; si un directivo fracasa en cinco de cada diez ideas que se le ocurren, su empresa será la más grande. Y casi todos han recibido alguna oportuna calabaza en su vida, han echado a perder un curso, o han recibido una carta de despido. Es lo normal, amigo.

Os digo: tenéis talento. Los profesores a veces no lo encuentran, es verdad. Están muy ocupados tratando de arrastrar a treinta alumnos al mismo sitio. Aunque no os lo creáis, es más fácil que aprobéis todos, a que entendáis todos a la vez un tema. “Se pasa por las asignaturas como por las estaciones de ferrocarril en un largo viaje, sin dejar en la memoria más que un vago recuerdo”.  Eso lo escribió alguien en 1909, y no ha cambiado. Sin embargo, lo que os va a ayudar en el futuro es lo que quede en vuestra cabeza cuando os olvidéis de fechas y fórmulas. Solo unos pocos conocimientos, si puede ser, ordenados, si puede ser, bellos. Y la capacidad de reflexionar, dudar y preguntar.

Con todo, lo sé, hay que ir pasando las etapas. La formación os va a ayudar a tener una buena vida, y también a lograr hacer mejor la vida de otras personas, que eso hace sentir genial. Puede ser formación profesional, puede ser la universidad. Después de los dolores de tripa y los madrugones para superar la EBAU (que no es para tanto), veréis noticias sobre lo mal preparados que llegáis los estudiantes a las universidades. Y cuando terminéis la universidad, escucharéis que no os forma para las necesidades de las empresas…  

Ni caso. Hay cosas que no dependen de vosotros, pero, unas pocas, sí. Tratad de hacer lo mejor con lo que tenéis. Pedid ayuda. No sois vagos, ni tontos. En algún momento todos perdemos el hilo, pero siempre hay medios de volver a agarrarlo. Siempre. Como sabéis, nada hay peor para la naturaleza que trazar una carretera en línea recta. Un camino con curvas respeta ríos, arboledas, y a vosotros mismos. Ahora quizás no, pero iréis teniendo las herramientas para superar el recorrido. Ser un triunfador no es como os lo contaron, no es un camino recto y perfecto. Los adultos a veces os fastidiamos, porque somos impacientes y tenemos miedo. Qué vamos a saber, si no hemos hecho la EBAU. Tenéis que ser más listos que nosotros.

 

lunes, 19 de junio de 2023

Los maceros y el señor con traje

En las fotografías, junto a los maceros hay un señor con traje, que es el nuevo alcalde de Valladolid. Los maceros están para dejar claro dónde reside el poder. El bastón de mando va pasando de mano en mano, con los impulsos a veces espasmódicos de los votos. Cambian los señores con traje, pero los heraldos permanecen, con su tabardo morado, sus calzones negros, su pluma en la gorra y sus seis kilos de maza. No saludan al respetable, ni hacen reverencias; mantienen siempre el mismo trato y actitud, sea rey o reo. A efectos de la noticia, son invisibles.

El convenio del personal municipal prevé una pequeña gratificación para los ordenanzas que dedican unas horas extras a tan peculiar representación. Parecen los únicos disfrazados, pero son de los poquísimos que no lo están; sus mentes están ocupadas en su digna tarea, y no repletas de ambición o decepción, como las de los miembros de la corporación. Para los ediles ha pasado un siglo desde el domingo electoral, y sin embargo es solo un respiro para el macero, que desde el Medievo anota con letra clara sus apariciones en el libro de la historia.

La brega electoral recuerda a un escrito de Chesterton, sobre un grupo que presiona para que desaparezca un farol. Aunque un monje pide que primero se considere el valor de la luz, la masa, ciega de ira, derriba el farol. Unos porque querían otro tipo de luz, otros por quedarse con la chatarra, unos pocos porque deseaban oscuridad para esconder sus actos, algunos sólo por destruir algo… Pasado el ofuscamiento y ya demasiado tarde, se dan cuenta de que el fraile tenía razón, que lo importante era tener luz.

Son los maceros José Luis y Olga, no Feijoó ni Abascal, quienes validan al nuevo alcalde y le sitúan en su renglón de la historia, que puede ser memorable o un desastre. Lógico que a Carnero le dé vértigo. Reservarse un hueco en el parquin del Senado puede obedecer a un desmedido afán ahorrativo, sí, pero también ser un salvavidas por si sucumbe de una sobredosis de “vamos a llevarnos bien”.

Pero a los trabajos, sea alcalde o jornalero, uno entra para gastarse y desgastarse, si es el caso. El reto mayor del gobierno, y también en su medida de la oposición, es que en Valladolid el aire no se vuelva irrespirable, en todos los sentidos. Pueden mejorar nuestra vida, o hacernos la vida imposible, ya se verá. Los maceros saben que la historia es un relevo permanente. Pero los vecinos, que no somos inmortales, necesitamos luz, agua y aire cada día.

 

lunes, 12 de junio de 2023

Mi amiga Karen

A mediodía, cuando la mayoría come y sigue trabajando, o come y da una cabezada, en el supermercado gente solitaria hace la compra. Solo hay cola en el mostrador de los platos preparados, y los empleados aprovechan para reponer de cara a la tarde. Los clientes, casi todas clientas, deambulan por los pasillos casi vacíos, repasando su lista: dos paquetes de leche semi, biscotes de pan, ocho yogures, una lechuga, cuatro sobres de york, una bolsa de manzanas, latas de atún. Alimentación sistemática y obligatoria. Somos pocos y aún nos esquivamos, como en la pandemia, cuando rozar a otro daba descarga eléctrica. A la salida, hay más carros en la caja de pago automático que en la normal.

Hoy puedes hacer la compra, trabajar, pedir una receta, pagar el seguro del coche y recorrer la ciudad de punta a rabo sin hablar con nadie. Solo hay un escollo, encontrarte con un vecino y tener que compartir el ascensor, pero con cierta habilidad hasta eso se evita. Si te apetece hablar, puedes grabar mensajes, que otros escucharán —o no— cuando también estén solos. Cuesta demasiado llamar y exponerte a que no lo cojan, o, casi peor, a que contesten.

En el último paquete que pedí por correo venía una nota: Preparado por Karen. No sé si mi amiga Karen es pelirroja, o morena, o un holograma. Como Susana, mi asesora financiera, a la que tampoco he visto nunca, pero siempre me saluda en mi banco online. “Buenos días, buenas tardes, buenas noches”, dice, como Truman. Leo la noticia de un estudio, que asegura que los usuarios se sienten más escuchados por el médico digital que por el presencial. El robot no cura, pero es mejor actor que el médico, que cumplimenta agobiado datos en el ordenador mientras le cuentas tus padecimientos. Es como la caja automática: haces tú el trabajo, pero sabe engatusarte con su voz gentil para que no te dejes ningún artículo. Y no resopla, porque no le duele la espalda, ni está pendiente del examen del hijo, ni de hacer un recado a la madre.

En poco se cumplirá eso de que cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi R2-D2. No es muy diferente del amor perruno, incondicional pero no libre. Una diferencia es que el primer mandamiento del perro es “dame comida”, y el del robot no está claro. Por el momento, nos están cogiendo las medidas a los humanos: estar disponibles, no llevarles la contraria, hacerles sentir el centro del universo.

lunes, 5 de junio de 2023

Comprensión lectora

En EGB, casi todas las tardes leíamos en alto el Senda. Unas compañeras leían el párrafo deprisa, otras se atascaban a la mínima. Al sexto turno, la mitad de la clase dormitaba con los brazos cruzados sobre el pupitre. Me gustaba especialmente “Fiebre para crecer”, de Ramón Nieto, un cuento corto sobre un niño al que atormentaban en el colegio por su baja estatura. Un día cae enfermo, le sube la fiebre y crece unos centímetros, y desea volver cuanto antes a clase, a ver si por fin le dejan en paz. Pero no, allí nadie parece darse cuenta de su avance. Entre lágrimas, el pequeño se resigna a que todo siga igual. Recuerdo bien el impacto que aquella historia y su final, triste y real, nos causó a todas. En los setenta, nadie hablaba de bullying, pero sabíamos mucho de la crueldad de la que otros y nosotras mismas éramos capaces. En cierto sentido, ese relato, contado en voz alta y compartido por toda la clase, creó más conciencia en nosotros que si nos hubieran bombardeado con anuncios sobre el tema un año entero.

Casi todo lo que sé de lectura lo aprendí esas tardes. Había textos que te aburrían y no entendías del todo, pero había otras páginas que te dejaban sin respiración, porque parecían escritas para ti. También aprendí que, cuando forman parte de una experiencia compartida, alcanzan un nivel distinto, necesario.

No es raro que con la pandemia y la soledad empeorara el nivel de lectura de los niños, en esos primeros años no basta con tener en casa la biblioteca más grande del mundo. Solo, puedes leer muchísimo, pero la compresión lectora, la plena, es otra cosa. Comprender exige un paso más, ser consciente no solo de lo que está escrito, -ya sea el Quijote o el Pollo Pepe-, sino también de que el resto no interpreta lo mismo que tú. Ha tenido que llegar la selva de internet para que podamos entender que el verdadero milagro de Pentecostés no es volverse políglota, que ya lo hace el traductor de Google, sino ser capaz de entender las razones del prójimo.

En esta Babel electoral en la que cada frase se malinterpreta y se saca de contexto, nuestra comprensión lectora está por los suelos, mucho peor que la de los niños. Por fortuna, en la calle somos menos tontos que en internet. Por ejemplo, estos días en Valladolid se puede ir caminando hasta la Plaza Mayor, y recorrer tranquilamente la Feria del Libro. Las casetas están repletas de historias y de ideas de todo tipo, que conviven sin problemas en los mostradores. No hace falta comprar, si no se puede. Lo importante es ventilarse.