En las fotografías, junto a los maceros hay un señor con traje, que es el nuevo alcalde de Valladolid. Los maceros están para dejar claro dónde reside el poder. El bastón de mando va pasando de mano en mano, con los impulsos a veces espasmódicos de los votos. Cambian los señores con traje, pero los heraldos permanecen, con su tabardo morado, sus calzones negros, su pluma en la gorra y sus seis kilos de maza. No saludan al respetable, ni hacen reverencias; mantienen siempre el mismo trato y actitud, sea rey o reo. A efectos de la noticia, son invisibles.
El convenio del personal municipal prevé una pequeña
gratificación para los ordenanzas que dedican unas horas extras a tan peculiar
representación. Parecen los únicos disfrazados, pero son de los poquísimos que
no lo están; sus mentes están ocupadas en su digna tarea, y no repletas de
ambición o decepción, como las de los miembros de la corporación. Para los
ediles ha pasado un siglo desde el domingo electoral, y sin embargo es solo un
respiro para el macero, que desde el Medievo anota con letra clara sus
apariciones en el libro de la historia.
La brega electoral recuerda a un escrito de Chesterton,
sobre un grupo que presiona para que desaparezca un farol. Aunque un monje pide
que primero se considere el valor de la luz, la masa, ciega de ira, derriba el
farol. Unos porque querían otro tipo de luz, otros por quedarse con la
chatarra, unos pocos porque deseaban oscuridad para esconder sus actos, algunos
sólo por destruir algo… Pasado el ofuscamiento y ya demasiado tarde, se dan
cuenta de que el fraile tenía razón, que lo importante era tener luz.
Son los maceros José Luis y Olga, no Feijoó ni Abascal, quienes
validan al nuevo alcalde y le sitúan en su renglón de la historia, que puede
ser memorable o un desastre. Lógico que a Carnero le dé vértigo. Reservarse un
hueco en el parquin del Senado puede obedecer a un desmedido afán ahorrativo,
sí, pero también ser un salvavidas por si sucumbe de una sobredosis de “vamos a
llevarnos bien”.
Pero a los trabajos, sea alcalde o jornalero, uno entra para
gastarse y desgastarse, si es el caso. El reto mayor del gobierno, y también en
su medida de la oposición, es que en Valladolid el aire no se vuelva
irrespirable, en todos los sentidos. Pueden mejorar nuestra vida, o hacernos la
vida imposible, ya se verá. Los maceros saben que la historia es un relevo
permanente. Pero los vecinos, que no somos inmortales, necesitamos luz, agua y
aire cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario