martes, 18 de mayo de 2021

Museos

 Voy a los museos como a los templos. A veces para entender algo, la mayoría para no entender nada, pero para quedarme ahí, intentándolo. No guardo ningún orden ni decoro, no espero minuto y medio en cada una de las obras, a veces las miro de lejos y otras de cerca, voy por el carril derecho o si me da por el izquierdo, o me salto varias porque sí. Por eso prefiero que no haya casi nadie -o sea, hoy no será mi día- porque disfruto más de la visita en plan solitario y silvestre. Con frecuencia me da por una sala, o por una única obra. Me gusta ir varias veces, porque, como me pasa con las entrevistas, es raro que se me ocurran todas las preguntas a la vez. La última con la que he intimado es la instalación de Soledad Sevilla en la capilla del Patio Herreriano. Cientos de hilos sutiles, que como el polvo solo están a la vista cuando un haz de luz atraviesa la oscuridad y les roza. No es difícil encontrar una sincronía entre esos hilos y los que sostienen nuestra vida, más en estos tiempos de precipicios, pero también de resistencias sostenidas por esa invisible y gigantesca telaraña que protege el mundo, pese a nuestras cavilaciones. Hilo a hilo.