miércoles, 21 de abril de 2010

Felices para siempre

Las que tomamos la comunión en la España de la transición teníamos bastantes posibilidades de hacerlo “de corto”. Por entonces parecía que los vestidos de princesa tenían los días contados, salvo que la familia tuviera necesidad de reciclarlos varias veces. Como un soplo pasó también la sospecha de que el divorcio, evidencia legal de que no existían ni las perdices ni el “felices para siempre”, unido a la generalización de esa cosa que antes se llamaban “relaciones extramatrimoniales”, acabaría con las bodas blancas y radiantes. El error de apreciación fue garrafal: de hecho, creo que nunca se han planificado con tanta minuciosidad estas ceremonias.

Recuerdo aquellas bodas de hace apenas un par de décadas en las que las mujeres podían lucir vestidos floreados de algodón y los hombres ir en manga corta. La misa, tirada de arroz, entremeses, seis langostinos, cordero y cochinillo, tarta nupcial con helado de tres gustos, copa y puro y banda cantando clásicos y alguna pieza “moderna” de Fórmula V. Estaba bien visto lo de ponerse la servilleta con cuatro nudos en la cabeza, cortar la corbata y la liga y gritar “que se besen, que se besen”. Si alguien piensa que esto sigue funcionando debería revisar urgentemente sus conocimientos nupciales.

He de admitir que Valladolid en esto lleva delantera a Segovia. Aquí recibí por primera vez una invitación de boda acompañada de la tarjeta de unos grandes almacenes donde debía tramitar la gala. Ya no vale con meter billetes en un sobrecillo, hay que consultar una lista llena de siglas y calcular lo que puedes pagar. Por ejemplo, “Cuch. Tr. Car.” o “Frut. / Pan. Inox.”, es decir, un juego de cuchillos de trinchar la carne o un frutero y una panera de acero inoxidable e inolvidable para la pareja. Si quieres hacer un regalo más personal, tienes que conformarte con pagar una tercera parte de la “Descl./jueg/ Cabec”, la descalzadora a juego con el cabecero. Con el tiempo he observado a muchas parejas decidiendo qué regalos incluyen en su lista, y ha crecido mi capacidad de comprensión: ellas se entregan con pasión a la tarea de elegir la vajilla perfecta que hará las sobremesas domésticas perfectas, mientras ellos se aburren como ostras, y sólo abren la boca cuando hay que decidir qué pantalla plana incluir.

Encuentro en Internet que los foros-boda son casi en su totalidad femeninos: o los hombres comparten sus dudas con seudónimo, o las resuelven mientras se beben un “cacique” o, más fácil, pasan de todo. Bueno, “pasan” hasta que llega el día, y se ponen hasta sombrero de copa, si les insisten bastante. No sé cómo interpretar esto, puesto que seguro que a todas las chicas les leyeron de pequeñas la Cenicienta, y Perrault deja bastante claro que la boda la organizaron “ellos”. Pero en este siglo XXI, son ellas las que se embarcan en esta agotadora tarea de que todo sea maravilloso y exquisito, como si pudieran proteger su futura vida matrimonial con un bálsamo de tules y muselinas.

En Valladolid no hay Alcázar para ser el telón de fondo de las parejas acarameladas, así que los novios se retratan en el Campo Grande, en la Plaza Mayor, en los jardines de Las Moreras o, los más modernos, en el Museo de la Ciencia. También en San Pablo, iglesia de las más queridas para casarse, junto a los Filipinos, San Benito o La Antigua. Los de por lo civil que elijan el ayuntamiento sólo pueden casarse o los viernes o el último sábado de cada mes, según la normativa municipal. El condumio lo absorben casi totalmente los hoteles, con menús cada vez más complicados que incluyen barra libre, cortador de jamón y “recena” para los que se quedaron con hambre. Ha causado baja la tarta nupcial, demasiado obvia, que ha sido sustituida por postres individuales que evitan la cruenta escena del nuevo matrimonio entrando a matar con el sable para hacer las particiones.

Las peluquerías ofrecen el pack-boda, que ofrece peinado, maquillaje, manicura de manos y pies y, últimamente, depilación láser, micropigmentación y masajes varios. ¿Y qué decir del vestido? Ahí, amigas, te la juegas. La tendencia es parecer muy muy sencilla -¿alguien ha conocido a una futura novia que no diga que irá muy muy sencilla?-, tan sencilla que si no fuera por el color podrías pasar por cualquier invitada, ya que cada vez hay más con vestido largo. Es de general conocimiento que la madrina tiene que llevar cubierta la cabeza con un tocado, pamela o florón bien gordo, y que todas las mujeres calzarán tacones que destrocen a conciencia los pies. ¡La elegancia, o la muerte!, como decía Jo en “Mujercitas”. Los hombres, más afortunados, sólo pueden meter la pata con el color de la corbata o por su falta de donaire para llevar chaqué, pero ni pasan frío ni necesitan tiritas.

Sólo un detalle más de la guía de la novia perfecta: un apartado que dice “Seguro de cancelación”. Esto sí que me parece un avance: si al final la cosa se tuerce, si tienes que dejar colgado al cura, a la modista, al chofer y al cortador de jamón, hay una póliza que cubre los perjuicios. Al ex novio, basta con mandarle un SMS.

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