lunes, 9 de enero de 2017

El cuento de Carasucia

Busca un cuento para regalar a su nieto. Es un hombre alto y corpulento, setenta y tantos años, ojos claros y manos grandes, con un tabardo mostaza, poco abrigado para un día como éste. Entra en todas las tiendas que muestran libros en el escaparate. Esta es una más: “¿tiene Carasucia?” Es un cuento que leí de niño”. La dependienta niega con la cabeza, ese título no le suena. El hombre mira por encima la pila de libros, pero no los toca, solo da las gracias y se marcha. A pocos metros hay una juguetería grande, hoy rebosante de gente. Hay miles de juegos, libros gruesos con dibujos preciosos; historias de príncipes, princesas y duendecillos, cuentos de superación, en las que en apenas veinte páginas los problemas –sea la soledad, el egoísmo, el miedo, la timidez o el chupete– se disuelven y todo es por un segundo perfecto e igual.
Carasucia cuenta la historia de un niño bueno e inteligente, y en eso se parece a los protagonistas de tantos cuentos, pero en este caso extraño el protagonista tiene a gala no asearse demasiado. Cabría pensar con esas premisas que la historia discurrirá por aquí y por allá, para al final alcanzar que nuestro héroe logre su objetivo: tener la cara limpia y perfumada. Pues no. Pese a su cara sucia, que no se lava porque no está entre sus prioridades, estaba “el niño más listo y trabajador que pudiera imaginarse”. Carasucia, que no tiene otro nombre, porque así le llaman sus propios padres, era capaz de hazañas imposibles para los adultos, como convencer a los pajarillos para que no picotearan en el sembrado, animar al burro a que cargara la paja sobre el lomo o calmar a un perrillo que muerde con saña los pantalones de su padre. Y todo ello lo logra con ligereza, con palabras suaves que casi hipnotizan a los bichos. “Ja, ja, ja, con que Carasucia! ¡Como si fuera algo malo! Cuántos niños habrá que se laven tres y hasta cuatro veces al día y no sirven para nada”, se reconforta nuestro amigo.
Todavía más sorprendente es que los papás de Carasucia, un cuento que se hizo popular en los años cincuenta, y que fue emitido por el cuadro de actores de Radio Madrid, no le daban una colleja, ni les importaba demasiado que su hijo fuera por ahí luciendo berretes. Solo se ponen serios cuando llega la hora de los deberes: “a aprender la aritmética, apoblemarte, apoblemarte, para que te hagas un hombre de provecho”, le dice la madre.
Gracias a Internet, porque en papel tampoco yo encontré el cuento, conozco a este héroe que no era ejemplar, ni encerraba príncipe ni triunfador alguno dentro. Esta es la historia que escuchó y no olvidó el hombre de la tienda cuando era niño, y que ahora quisiera leer a su nieto. “No basta en este mundo tener la cara limpia, amiguitos, si el alma y la inteligencia no lo están también”. Buen consejo.

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