Un grupo de turistas desnortados hace fotos, y me pregunto si ven lo mismo que yo; o si veo yo lo mismo que ellos. Eso sería aún más difícil, porque este paisaje lo he recorrido tantas veces que se mezclan mis percepciones de la infancia, de la adolescencia, de un día estúpido, cansado o sublime, como éste. Sí, la vida pasa a veces entera por nuestros ojos, en un rostro, en un sendero, en unos muros de calles estrechas en las que pensé que viviría y hoy son una parte más de ese paisaje ajeno y a la vez propio.
Es muy posible que si Segovia hubiera sido menos bella, más utilitaria, más común, pero mi ciudad de cualquier modo, me hubiera arañado la nostalgia de la misma forma. En todas las calles hay edificios que recortan el cielo, y el cielo es universalmente hermoso. Pero bueno, soy de aquí, de este sitio al que vienen tantos extraños con mochila para completar su soledad, su compañía, su estómago, su día, o lo que sea. Y casi nunca tengo la ocasión de pasear por mi ciudad sin gente, porque yo no estoy aquí ni los lunes, ni los martes, ni los miércoles o jueves, y en los fines de semana la normalidad es la excepción.
Así que este día echado a perder por la lluvia, que ha fastidiado los planes de la gente próspera, que ha mermado las cifras de visitantes y ha hecho levantar las terrazas... que me perdone el Patronato de Turismo, pero ha sido un día espléndido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario