Hay una frase que compañeros de profesión gustan de citar de Kapuściński, el famoso corresponsal de guerra: “no se puede ser buen periodista si no se es buena persona”. Sería fantástico que fuera tan fácil identificar a las buenas personas, que serían las que hacen bien su trabajo; o, por el contrario, saber que el autor de un mal trabajo es necesariamente una mala persona, en el periodismo o cualquier otra profesión. Pero no parece que sea tan fácil, sobre todo por esa libertad de juicio, y de perjuicio, de la que gozamos los humanos. Así, el tenido por bueno para uno, para otro es una verdadera calamidad, ya sea un tendero, un cirujano o el presidente de un país. Por muchas alabanzas o críticas, nada quedará probado en torno a lo que somos, más allá de lo que se trasluzca a través de nuestros actos, y en su caso de si cumplimos o no la ley, que para eso está, para que no nos tiente el gusto de decidir a cada momento qué es lo bueno o lo malo, según nos rasquen el lomo. Nuestra puntería para identificar a los buenos y los malos empeora cuanto más atrás echamos la vista, pero da igual, la veda está abierta, y al ritmo que vamos pronto dejaremos pingando hasta a Cervantes, y habrá quien empiece a pedir purgas de las bibliotecas, seguramente el que menos las utilice.

El guía mostró las estancias de la casa al periodista: el sillón bajo en el que escribía, “porque era muy miope”; el cuarto donde terminó Anna Karénina; la fotografía de su mujer, con traje de novia; la escribanía en la que ella, desde que amanecía hasta la noche, trasladaba de su puño y letra los manuscritos del escritor… “Nuestra madre se esforzaba por repartir sus deberes entre los hijos necesitados de sus cuidados y el marido, ocupado en cosas eternas”, comentaba, para disculpar que Tolstói vivía más o menos en otro mundo, durmiendo solo y no permitiendo que nadie le acompañase a la mesa.
Tolstói murió a los 82 años de una neumonía, en una estación de tren. Dice Wikipedia que se había ido de casa porque quería renunciar a sus propiedades a favor de los pobres, que suena muy bien, a lo que su mujer se negó, algo que también se entiende, porque tuvieron 13 hijos, pese a que ella no quería y los médicos se lo desaconsejaban. Sofía quería quedarse con los bienes terrenales, y León con la posteridad, más allá de los pasajeros compromisos con la supervivencia de su prole.
Sí, a los ojos de hoy, Tolstói, como tantos otros, sería un machista irredento. Pacifista, iluminado, anarquista, quién sabe; para su hijo, el hombre ausente que escribía en el sillón bajo. Para el resto, ahí está su prosa, como un torrente.