Veo en el kiosco una revista nueva. En la portada vienen las infantas Elena y Cristina, con seis o siete años, “dos colegialas más”, es el título; al lado, la boda de Rocío Dúrcal y Junior, y en un recuadro, el adiós de los Beatles. La publicación se llama “Recuerdos. La actualidad del ayer”. En la facultad nos enseñaban que la noticia era un relato sobre un hecho actual y de interés general, aunque no imaginábamos que pudiera ser sobre “un hecho actual del ayer”. Parece incongruente, pero es lo que se lleva. Últimamente tengo la sensación de estar dando vueltas en el túnel del tiempo. La nostalgia no solo vende, es que estamos instalados en ella. No hace falta hacer un esfuerzo para recordar cómo éramos hace cincuenta, treinta, veinte años: en internet está todo, desde la bolsa de pipas de los payasos de la tele hasta la primera Nancy, pasando por el rollo de papel “El elefante”. Hay tantos recuerdos flotando en el mundo digital que ya no sé si eran recuerdos míos, de mis vecinos o de un señor de Huelva.
Mirar para atrás tiene ventajas, y lo digo yo, que soy una gran aficionada a anestesiarme mirando el espejo retrovisor. Nos divierte construir nuestro pasado en una tonalidad sepia estilo Cuéntame, que acentúa unas cosas y difumina otras. El ayer, pese a sus decepciones, da menos miedo que el futuro, y es más manejable que el presente, que se escapa una y otra vez, porque los prójimos no se organizan ni un solo día a nuestro gusto. Así que ahí estamos, compartiendo pijadas en grupos, comprando libros de las décadas prodigiosas, escuchando programas de la tele con vídeos enlatados del ballet Zoom y Fernando Esteso cantando la Ramona. Como si hubiéramos superado esos tiempos y vencido en batallas en las que ni siquiera luchamos, porque eran otros los que en realidad estaban allí.
Lo más extraño es que este afán melancólico se ha trasladado a los espacios informativos de los periódicos, de las radios, de las televisiones. Lo que antes ocupaba la columna de efemérides, que resumía lo que había ocurrido en el pasado, ahora llena páginas enteras. Ya no hace falta remontarse a lo que pasó hace un siglo para tener perspectiva; ahora estamos celebrando aniversarios cada semana. La idea es que cualquier momento es histórico, porque para eso estábamos nosotros en medio. Somos como los niños de diez años, cuando echan la vista atrás y dicen, “cuando era pequeño…”, como si cinco años fuera ya el pasado remoto.
Da gusto esto de remover el pasado, las foticos de entonces, los pelos y las coreanas que se llevaban. Da gusto poner el foco sobre nosotros mismos, que para eso somos el centro de nuestro mini universo, aunque basta con apuntar a otro país, a otra ciudad, a otro barrio, para que encontrar gentes que también coleccionaron sus adolescencias, sus pillerías, sus cogorzas monumentales, sus fracasos y sus héroes de barrio.
No es raro que las noticias del ayer gusten —a mí también— porque la actualidad con frecuencia queda reducida a un paquete aburrido de convocatorias, de declaraciones de políticos con responsabilidades de gobierno tratando de vender su burra, mientras los del resto de partidos les critican en la columna de al lado. Todo es tan hueco y previsible que nos entregamos al espacio de la nostalgia, de la camisa de chorreras, del ‘ochenteo’, o de los primeros veinte años de Operación Triunfo, que David Bisbal ya es un clásico para según quién. En lo privado la nostalgia es opcional, pero en el periodismo es un síntoma de que algo no funciona. Las efemérides, que son baratas de hacer, y que además molestan poco a los de arriba, ganan el espacio que pierde la investigación y el reportaje, que exigen tiempo y el respaldo de unos medios a los que les cuesta mucho salir adelante.
Hace poco leía una entrevista a Martín Caparrós, en la que le preguntaban que qué recomendaría a un joven que sueña con ser periodista. “Que deje de soñar”, contestaba, un directo a la mandíbula del espíritu de Mr. Wonderful que se ha extendido hoy por el mundo. Pues sí, hay que dejar de soñar, ponerse manos a la obra, y salir de la cueva para ver qué se cuece en el barrio de al lado. La vida sigue hoy, y no hace falta dejar que pasen años para recopilar fotos que nos permitan saber en 2040 qué cosas pasaban en 2020. Igual hasta podemos mejorar alguna.
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