lunes, 3 de enero de 2011

Regalos nada monos

A mí regalar me gusta, aunque comprendo que para mucha gente resulte una pesadilla, en la que solo se sumergen cuando la convención o la rutina les empuja a ello. Hay dos mandamientos para elegir un buen regalo: primero, ponerse en el lugar del otro, lo que obliga a eliminar de un plumazo todos nuestros gustos personales, por muy prácticos, refinados o modernos que resulten. Segundo: esta prohibidísimo regalar cosas “monas”. Lo mono es enemigo de lo personal: desconfíe de la dependienta que le aconseja que se lleve algo “mono”. Probablemente signifique que no vale para nada y que no lo usará nunca.

Si usted tiene dinero, compre sin rubor, en Reyes, en rebajas. Es bueno para la economía, y seguro que su despilfarro hará más felices a sus familiares que su tacañería, por mucho que la intente camuflar de virtud, aprovechando estos tiempos de crisis. Si no le sobra demasiado, no compre demasiado. La imaginación puede ayudarle, y yo voy a darle algunos consejos. Los que vienen en las revistas no me parecen demasiado útiles (relojes de 300 euros, catiuscas de 100, camisetas de 95, orejeras de visón…) así que he rastreado las mejores tiendas de Valladolid en busca de buenos regalos.

En cualquier casa los cocineros y cocineras recibirán con entusiasmo algún artilugio de los cientos que ofrece la ferretería de Juan Villanueva, en la Plaza Mayor. Cortador de patatas en tirabuzones, pinchos para comprobar pasteles, recogemigas, molde de gominolas y pastas, cortador-decorador de canapés, botijos o un corvillo de vendimiar son sólo algunas de las ideas que el escaparate del establecimiento ofrece, además del placer de poder comprar el número exacto de tornillos o brocas que se precisan, y no de cincuenta en cincuenta, como suelen venderte en las grandes superficies.

Seguro que las madres y tías de la familia sabrán apreciar en lo que vale un buen juego de agujas, compradas en alguna buena mercería, como la que hay en la calle Falla, en la barriada del Cuatro de Marzo. Isabel le contará que las mejores son las alemanas, que se deslizan suavemente por la tela, y no a trompicones. Como cuestan menos de tres euros, puede acompañarlas de unos bellos botones y un par de coquetas bobinas.

Si su cuñado es un apasionado de las tradiciones, no deje de visitar Lobejón, en la calle Santuario, una tienda repleta de cajoneras en la que se amontonan objetos útiles de todas las épocas. Curtidos, hules, arpilleras, cuerdas para saltar, felpudos, alfombras de piel de vaca, sacude colchones, bolsos de eskay, “filis” para las suelas de los zapatos, cucharas de madera pulidas y brillantes, pamelas y sombreros de paja y unas preciosas alpargatas de esparto para ir a la fiesta de la siega hacen de este establecimiento una parada obligatoria para el visitante curioso.

Para el resto de familiares y amigos a los que todavía falte su regalo, vaya a Severo Fraile, en la esquina de la Plaza de España con Teresa Gil. Cuando entre, antes de decidir si hace cola a la derecha o a la izquierda –es una tienda como las de antes, con mostrador y dependientes con bata–, disfrute del olor a ultramarinos, una mezcla de caramelo, especias, embutido, café, quina y bacalao en salazón. Allí nunca faltan clientes que saben valorar las legumbres, frutos secos y tofes solano al peso; los enormes botes de melocotón en almíbar, chicharro en escabeche, miel, achicoria o cacao; los mantecados, pastas y hojaldres; el azafrán en rama y el anís estrellado. También venden semillas y abono para huerta, toda clase de velas y alpiste y cañamones para canarios, prácticamente todo lo que puede necesitar un ser humano sensato para llevar una vida moderadamente feliz, bien alimentada y bien iluminada.

Y si, después de estas visitas, todavía le queda un hueco en el carro, siga hacia delante por la calle Teresa Gil y acérquese a las monjas Calderonas, a comprar medio kilo de bizcochos de soletilla. Y la mañana de Reyes, levántese el primero y prepare chocolate.


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