lunes, 7 de septiembre de 2015

Cierran la biblioteca

Las puertas de la biblioteca están, como siempre, abiertas. Pero da igual. Hace semanas que está en cuarentena, como los suelos recién fregados, como los bancos que acaban de pintar. Nadie para por allí, aunque las estanterías están repletas de libros, los habituales más los que solían estar en las casas de los lectores. Nadie lee una página, y nadie lo hará ya, al menos en esta biblioteca. Porque una biblioteca no son solo los volúmenes, no son solo los trabajadores, ni siquiera son sus socios. Trasplanta a todos ellos a otra tierra y seguirán vivos, los niños crecerán y los mayores seguiremos insatisfechos. Pero retén el orden de los géneros en los vasares, memoriza las escaleras de madera, registra cómo crea sombras sobre los libros la luz que entra por la ventana enrejada, acuérdate de la lagartija campando a sus anchas por el patio mientras hacías cola para sacar pelis de Disney porque eso ya no estará, se esfumará como tantas cosas que pensábamos que nos acompañarían siempre.
El nuevo edificio será grande y útil; espero que cobije a nuevos lectores, que se preguntarán cómo es posible llevarte a casa tanto por tan poco. No te piden ni un céntimo, solo una tarjeta con tu nombre escrito. Habrá salas luminosas, sillas ergonómicas y mesas de diseño, cierto; también rampas y ascensores para los que no pueden caminar, y eso es de justicia. Sé que el milagro de la biblioteca no cambia, da igual que clasifiquen los libros con tarjetas escritas a mano, códigos de barras o rastreando el ADN. Es lo que tienen los milagros: que te pueden maravillar o importarte un pito. Algunos pensarán que si hay 200 novelas y 200 personas lo mejor es que cada uno se lleve una a su casa, para que la proteja bajo cuatro candados. Pienso justo lo contrario, que aun habiendo un solo libro mejor sería compartirlo entre doscientos. Y aún podríamos invitar a más gente a compartir nuestra historia.
En fin, que cierran la biblioteca y ponen otra, pero permítanme los futuros inaugurantes añorar lo que se entierra. Oigo que están purgando los libros, retirando no solo y como es habitual a los que están en mal estado, sino también a los que apenas se leen, salvo que pese al desprecio de los lectores entren en el canon de grandes obras. Libros demasiado nuevos por falta de uso y libros demasiado viejos por muy prestados se podan para que el árbol crezca sano y competente. A lo mejor algunos de mis preferidos están en ese purgatorio, porque nunca he necesitado hacer cola para sacar un libro. Una biblioteca entierra a otra, así es. La que entierran es la mía, en la que aprendí a buscarme en los libros.

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