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Gilbert Legrand. Mayo 2017, Segovia |
Digo que la vida se parece más a la del hijo tonto porque
avanza tal que así, de forma imprevista. Es de lo más corriente que en vez de
viajar sobre el caballo planeado te toque apañarte con una cabra, y aún así, el
camino va a tener su interés, e incluso puede que venzas alguna batalla, aunque
no emparientes con la aristocracia, que a la postre tanto da.
Las lecciones del hijo tonto no son que hay que ser lo más
tonto posible y dilapidar tu tiempo en la sala de apuestas, no. La primera es la
imprevisibilidad de la existencia, y la resistencia como mejor arma para
afrontarla; la segunda, que conviene tener en el zurrón un poco de todo, porque
nunca se sabe qué necesitarás. Sí, está bien llevar estudios, todos los que
sean posibles; dinero y contactos, claro, ojalá estuvieran repartidos y no por
vía hereditaria; pero sobre todo hay que contar con la mente despejada del buen
aprendiz.
Pues si era así en tiempos de Andersen, en los que el hijo
del herrero era herrero y ventero si el padre ponía vinos, ahora que todo
cambia tan rápido lo es aún más. Resultan ya pintorescas esas reuniones de
empresarios hablando desde hace quince años de lo necesaria que es la
digitalización, cuando la realidad nos pasó a todos ya por encima. Se quejan de
que los jóvenes que salen de las universidades no reciben la formación que
necesitan para enderezar sus negocios, cuando el principal problema es que
Castilla no es Silicon Valley, y que muchos de ellos prefieren esperar a que
escampe sin moverse demasiado, a ver si llega un ‘pitoniso’ que les permita
ganar dinero haciendo lo mismo que sus abuelos.
Al final no se trata de tener un especialista para
“estoquehoynofunciona”, sino de un equipo capaz de resolver “hoyesestoymañanalootro”.
El sistema educativo no puede preparar a la persona idónea para solucionar un único
problema que surgirá dentro de 15 días, pero muy bien puede -y lo hace- formar
a quienes comprendan cómo solucionar problemas, sea en 2022 y hasta en 2042. Se
trata de números, de palabras, de ideas: eso no cambia tanto ni precisa de
quinientas asignaturas específicas y módulos peregrinos y seguramente pasajeros
de emprendimiento y liderazgo. Por eso las empresas, el mercado, con su
voracidad y urgencia, tienen que entrometerse lo menos posible en ese
invernadero de plantitas que es el aprendizaje, dejarle que se nutra y avance a
su ritmo, para que las mentes de los alumnos salgan lo más despejadas posibles.
Porque el camino es muy largo y azaroso, a veces serán reyes y las más
vasallos, y es seguro que van a necesitar preparar un zurrón con herramientas
de todo tipo, incluso la osadía de inventar algunas nuevas.