"Pensad que no
estáis destinadas a gobernar un Estado, ni a ir a la guerra, ni a las academias
y parlamentos, ni ejercer ministerio de la iglesia... Pero
sois la bella mitad del género humano... debéis gobernar una casa y ser la
reina del hogar doméstico". Seguro que Felisa, Alfonsa, Carmen, Juana y
muchas otras leyeron cosas parecidas a estas líneas, recogidas en una cartilla
de urbanidad para niñas editada en 1927. Pero también seguro que algunas, bastantes,
se hacían ya entonces preguntas y se sentían incómodas en este papel que se les
asignaba desde muy pronto, y que culminaba con poco más de veinte años en una
permanente, un ajuar y "el día más feliz de la vida".
Felisa, por ejemplo. Nació en Prádena, en
1916. Con ocho años tomó la comunión, y en un portal de ventas de internet
aparece un recordatorio de aquel día, festoneado con una cinta rosa y una
puntilla de ganchillo. Murió en Madrid, en 2005, y unos pocos años antes le
dedicaba una canción Antonio Vega, que se sentía muy cerca de la poesía
impresionista de esta autora casi olvidada. "Me han dicho que sonríes/
porque has ganado la palabra sin voz,/ el camino sin muros,/ el oír sin
sonidos,/ el ver sin estar ciega".
Un año antes había nacido en Cuéllar
Ildefonsa Teodora -Alfonsa- de la Torre, así que es muy posible que Alfonsa y
Felisa llegaran a conocerse, porque las dos se trasladaron a Segovia para
estudiar Bachillerato y, después, a Madrid. Alfonsa avanzó en la investigación
y la literatura; Felisa partió su tiempo entre sus tres hijos y ganarse la vida
como profesora, aunque siguió escribiendo. Ambas se cruzaron en las tertulias
que a principios de los cincuenta reunieron en Madrid, una tarde a la semana, a
mujeres poetas. Poetas, que no poetisas, porque como decía una de sus
impulsoras, Gloria Fuertes "el alma no tiene sexo, la poesía
tampoco". Su objetivo era lograr que la mujer no fuera un adorno en actos
literarios con diez escritores hombres, aunque no hacían distingos respecto a
la naturaleza de lo que escribían. Hay un verso muy hermoso de una de las
poetas que participaban en estos encuentros, Acacia Uceta: "Y hablo otra
vez del hombre/ de nosotros, hermanos,/ en un plural abierto/ sin frontera de
tiempo, ni dureza".
Estas tertulias, que se bautizaron como Versos
con faldas, terminaron en poco años. En ello influyó la censura del régimen a
los sospechosos recitales y tertulias de café, pero también, desde dentro, un
cierto "morir de éxito", porque al abrirse los encuentros a
cualquiera, "subieron señoras con mucho cuento, pero poca lírica, y
aquello fue troya", relataba Gloria Fuertes. Aun así, muchas de esas
mujeres que pasaron por las tertulias siguieron escribiendo, casi siempre en la
sombra, publicando poco o nada. Además, las "versofaldistas"
ejercieron de imán no solo entre las que vivían en Madrid, sino también en las
de otras de provincias, donde todavía era más raro que una mujer anduviera
ensimismada ajustando un verso, en vez de economizar en la lista del
ultramarinos y hacer bordados.
La trayectoria de estas pioneras se recoge
en un libro muy reciente, Versos con faldas (F. Garcerá y M. Porpetta, editado
por Torremozas, 2019). Junto a Felisa y Alfonsa, alguna más de ellas estuvo
relacionada con Segovia, como Juana López de Quesada, con dos libros editados
en la imprenta de El Adelantado, y un poema dedicado a Mariano Grau; o Nola de
Villaré y Carmen de la Torre, ambas con poemarios que fueron prologados por el
Marqués de Lozoya. Prácticamente todas ellas ya no están aquí, pero ahí queda
el relato de su aventura, esas reuniones emocionantes y casi clandestinas, y
también sus escritos, que nacieron más por necesidad que por afán de
posteridad. Como dice un verso de Carmen de la Torre: "Me olvidaron...
Olvidé.. ¡Y entonces nació mi verso!"
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