jueves, 25 de abril de 2019

Mujeres a contracorriente


"Pensad que no estáis destinadas a gobernar un Estado, ni a ir a la guerra, ni a las academias y parlamentos, ni ejercer ministerio de la iglesia... Pero sois la bella mitad del género humano... debéis gobernar una casa y ser la reina del hogar doméstico". Seguro que Felisa, Alfonsa, Carmen, Juana y muchas otras leyeron cosas parecidas a estas líneas, recogidas en una cartilla de urbanidad para niñas editada en 1927. Pero también seguro que algunas, bastantes, se hacían ya entonces preguntas y se sentían incómodas en este papel que se les asignaba desde muy pronto, y que culminaba con poco más de veinte años en una permanente, un ajuar y "el día más feliz de la vida".

Felisa, por ejemplo. Nació en Prádena, en 1916. Con ocho años tomó la comunión, y en un portal de ventas de internet aparece un recordatorio de aquel día, festoneado con una cinta rosa y una puntilla de ganchillo. Murió en Madrid, en 2005, y unos pocos años antes le dedicaba una canción Antonio Vega, que se sentía muy cerca de la poesía impresionista de esta autora casi olvidada. "Me han dicho que sonríes/ porque has ganado la palabra sin voz,/ el camino sin muros,/ el oír sin sonidos,/ el ver sin estar ciega".
Un año antes había nacido en Cuéllar Ildefonsa Teodora -Alfonsa- de la Torre, así que es muy posible que Alfonsa y Felisa llegaran a conocerse, porque las dos se trasladaron a Segovia para estudiar Bachillerato y, después, a Madrid. Alfonsa avanzó en la investigación y la literatura; Felisa partió su tiempo entre sus tres hijos y ganarse la vida como profesora, aunque siguió escribiendo. Ambas se cruzaron en las tertulias que a principios de los cincuenta reunieron en Madrid, una tarde a la semana, a mujeres poetas. Poetas, que no poetisas, porque como decía una de sus impulsoras, Gloria Fuertes "el alma no tiene sexo, la poesía tampoco". Su objetivo era lograr que la mujer no fuera un adorno en actos literarios con diez escritores hombres, aunque no hacían distingos respecto a la naturaleza de lo que escribían. Hay un verso muy hermoso de una de las poetas que participaban en estos encuentros, Acacia Uceta: "Y hablo otra vez del hombre/ de nosotros, hermanos,/ en un plural abierto/ sin frontera de tiempo, ni dureza". 

Estas tertulias, que se bautizaron como Versos con faldas, terminaron en poco años. En ello influyó la censura del régimen a los sospechosos recitales y tertulias de café, pero también, desde dentro, un cierto "morir de éxito", porque al abrirse los encuentros a cualquiera, "subieron señoras con mucho cuento, pero poca lírica, y aquello fue troya", relataba Gloria Fuertes. Aun así, muchas de esas mujeres que pasaron por las tertulias siguieron escribiendo, casi siempre en la sombra, publicando poco o nada. Además, las "versofaldistas" ejercieron de imán no solo entre las que vivían en Madrid, sino también en las de otras de provincias, donde todavía era más raro que una mujer anduviera ensimismada ajustando un verso, en vez de economizar en la lista del ultramarinos y hacer bordados.
La trayectoria de estas pioneras se recoge en un libro muy reciente, Versos con faldas (F. Garcerá y M. Porpetta, editado por Torremozas, 2019). Junto a Felisa y Alfonsa, alguna más de ellas estuvo relacionada con Segovia, como Juana López de Quesada, con dos libros editados en la imprenta de El Adelantado, y un poema dedicado a Mariano Grau; o Nola de Villaré y Carmen de la Torre, ambas con poemarios que fueron prologados por el Marqués de Lozoya. Prácticamente todas ellas ya no están aquí, pero ahí queda el relato de su aventura, esas reuniones emocionantes y casi clandestinas, y también sus escritos, que nacieron más por necesidad que por afán de posteridad. Como dice un verso de Carmen de la Torre: "Me olvidaron... Olvidé.. ¡Y entonces nació mi verso!"

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