El otro día vi a una mujer desnuda. Dirán, pues vaya, si
mujeres desnudas se ven por todas partes. Les daré la razón, pero solo en
parte. Lo que vemos son mujeres “casi desnudas”, aunque no lleven encima ni un
centímetro de tela. Porque desnudas del todo, en los últimos años solo he visto
a esa que les menciono, Inés Pasic. Una titiritera que nació en Bosnia y que,
junto a su pareja, el peruano Hugo, aprendió a transformar sus manos y pies en
seres llenos de vida, y que de vez en cuando nos visita por Titirimundi.
Inés apareció en el escenario de la sala con una camiseta de
cuello alto y unas mallas negras. Solo sus manos y sus pies, y su rostro,
vigilando y meciendo a sus criaturas, destacaban en la oscuridad. De pronto, se
sube la camiseta, se baja la goma del pantalón, y su tripa blandita queda al
descubierto, sin filtro alguno. Su abdomen es ahora el rostro de otra mujer; su
ombligo, la boca. Ante nuestros ojos su tripa es ahora una mujer que come,
canturrea y gruñe cuando la báscula le revela que le sobran unos cuantos kilos
que trata de bajar, con poca convicción, haciendo gimnasia. Los espectadores le
observamos con la boca abierta. En parte por la habilidad de la artista para
recrear con el movimiento de su abdomen los gestos de esta mujer contrariada.
Pero más aún por la brutal exposición que Inés hace de su cuerpo. Un cuerpo
natural de mujer-no-joven, no machacada en el gimnasio, ajena a disciplinas y
vergüenzas. “Mira, aquí estoy, debajo de los focos. Este es mi cuerpo en la
Tierra”.
Esa desnudez inédita, absoluta y pura, nos dejó sin habla.
Una mujer desnuda, no de esas que a veces parecemos desnudas, pero estamos
vestidísimas de complejos, de esfuerzos, de alteraciones, de contorsiones para
parecer ¿quién sabe?, otra cosa. Un cuerpo que ni somos, ni fuimos. En esto yo
creo que hemos avanzado muy poco. En cierto sentido, la faja de corchetes era
más auténtica, no exigía tantos compromisos. Hoy hay que estar metida dentro de
un guante invisible para que la perfección parezca “lo natural”. Como si la carne
fuera plástico, como si la piel fuera un lienzo en blanco, y, además, como si
no ser de plástico y lienzo fuera una imperdonable falta de decoro.
Pero lo natural es Inés, con su tripa sobre el escenario.
Vulnerable. Hermosa. Absolutamente desnuda.
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