jueves, 23 de mayo de 2019

Una mujer desnuda


El otro día vi a una mujer desnuda. Dirán, pues vaya, si mujeres desnudas se ven por todas partes. Les daré la razón, pero solo en parte. Lo que vemos son mujeres “casi desnudas”, aunque no lleven encima ni un centímetro de tela. Porque desnudas del todo, en los últimos años solo he visto a esa que les menciono, Inés Pasic. Una titiritera que nació en Bosnia y que, junto a su pareja, el peruano Hugo, aprendió a transformar sus manos y pies en seres llenos de vida, y que de vez en cuando nos visita por Titirimundi.

Inés apareció en el escenario de la sala con una camiseta de cuello alto y unas mallas negras. Solo sus manos y sus pies, y su rostro, vigilando y meciendo a sus criaturas, destacaban en la oscuridad. De pronto, se sube la camiseta, se baja la goma del pantalón, y su tripa blandita queda al descubierto, sin filtro alguno. Su abdomen es ahora el rostro de otra mujer; su ombligo, la boca. Ante nuestros ojos su tripa es ahora una mujer que come, canturrea y gruñe cuando la báscula le revela que le sobran unos cuantos kilos que trata de bajar, con poca convicción, haciendo gimnasia. Los espectadores le observamos con la boca abierta. En parte por la habilidad de la artista para recrear con el movimiento de su abdomen los gestos de esta mujer contrariada. Pero más aún por la brutal exposición que Inés hace de su cuerpo. Un cuerpo natural de mujer-no-joven, no machacada en el gimnasio, ajena a disciplinas y vergüenzas. “Mira, aquí estoy, debajo de los focos. Este es mi cuerpo en la Tierra”.

Esa desnudez inédita, absoluta y pura, nos dejó sin habla. Una mujer desnuda, no de esas que a veces parecemos desnudas, pero estamos vestidísimas de complejos, de esfuerzos, de alteraciones, de contorsiones para parecer ¿quién sabe?, otra cosa. Un cuerpo que ni somos, ni fuimos. En esto yo creo que hemos avanzado muy poco. En cierto sentido, la faja de corchetes era más auténtica, no exigía tantos compromisos. Hoy hay que estar metida dentro de un guante invisible para que la perfección parezca “lo natural”. Como si la carne fuera plástico, como si la piel fuera un lienzo en blanco, y, además, como si no ser de plástico y lienzo fuera una imperdonable falta de decoro.
Pero lo natural es Inés, con su tripa sobre el escenario. Vulnerable. Hermosa. Absolutamente desnuda.




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