martes, 3 de noviembre de 2009

Piojos y virus

Es un hecho: los niños de los colegios privados, concertados y públicos de Valladolid, Castilla y León y más allá han tenido o pueden tener piojos. Hoy hay modernísimos productos de farmacia de largos prospectos, no el “ZZ” (¿de qué me sonarán a mí estas siglas?) de antaño, pero antes de largarse por donde ha venido el pequeño bichito desmonta con chulería nuestra civilización y nos traslada de golpe a ese cuadro de Velázquez de la abuela despiojando al nieto. Ya es bastante frustrante llevar a los niños cada lunes limpitos, seguramente sobre alimentados, abrigados con gore-tex y con las tareas hechas, para que a la tarde te los encuentres con 39 de fiebre y diarreas varias. Pero es que tener piojos, aunque sea un problema liviano, queda muy vulgar. Hoy por hoy, los virus están muchísimo mejor vistos y lucen más contemporáneos, porque ya se sabe que los cogen hasta los discos duros. “Es que el niño/ordenador ha fallado porque estaba pachucho, algún virusillo…” Ah, este año es importante puntualizar que no se trata de Gripe A, porque los padres tenemos la antena en alerta permanente, y una palabra mal medida puede generar la estampida en la cola de entrada al colegio.

Lo que a los padres nos trae a mal traer es el miedo, un monstruo que crece a partir de septiembre, porque nuestra insulsa fantasía de vacaciones y fin de semana de tener a los niños cien por cien bajo control es eso, una fantasía absurda y malsana. Lo sabes, pero no puedes evitarlo, y si los niños fueran madelmanes y nancys –o gormitis y bratzs– los tendrías inmunizados y desinfectados permanentemente. Pero los muy impertinentes están vivos, van al cole, respiran, tosen, hablan, abren grifos y giran picaportes, prácticas todas ellas de riesgo. Y eso que este año les han mandado comprar un neceser con un jaboncillo y toalla para lavarse cuando vuelven de revolcarse en el polideportivo, y les recuerdan que no hay que beber a morro de los lavabos. Eso no impide que los virus que, como los pokémon, tienen poderes especiales, salgan victoriosos. No dejan dormir ni a los niños ni a los padres, y se acaban marchando, ibuprofeno mediante, cuando les parece o, en su defecto, cuando acaba el curso y apunta el verano.

Dado que la enseñanza es obligatoria hasta los dieciséis y puede que se extienda hasta los treinta si la crisis económica se prolonga, no hay otro remedio que permitir que nuestra progenie se exponga cada mañana en su aula a todo tipo de virus, incluidos, por fortuna, los del crecimiento y autonomía personal. Los padres lo tenemos asumido, de acuerdo, pero por lo de los piojos no paso. Señorías sanitarias, ¿para cuándo la vacuna piojera?

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