domingo, 13 de junio de 2010

Haz lo que digo

Es duro ser músico en Segovia. Salta a los medios de comunicación por fin un grupo de la tierra y es porque recoge en una canción el catálogo completo de tópicos sobre la monarquía, que a estos chicos, tal vez por su juventud, les debían sonar nuevos y rompedores. No tengo claro si hacen hip hop, punk o ballenato, la única letra que he leído deja bastante que desear en lo relativo a métrica, rima y metáfora, y en youtube sólo hablan del “ardor de estómago” que padecen los estudiantes en vísperas de selectividad.

Me parece que estos chavalillos todavía no habían llegado a la lección de “Haz lo que digo, no lo que hago”. Es posible que ya se la hubieran explicado, pero ya se sabe que los jóvenes parecen sordos, y más estos, que han debido escuchar música en el Ipod a muchos decibelios. Total, poco más dicen en su letra que los chascarrillos de sobremesa familiar, tarareados mil veces por padres, abuelos y vecinos. Pero estos chicos querían hacer la revolución, y posiblemente llegaron a la conclusión de que para eso no hacía falta mover un dedo, que bastaba con rebuznar lo más alto posible. Me imagino las risas nerviosas cuando grabaron este tema y les aseguraron que se editaría: increíble, colegas.

Madurar consiste principalmente en tensar la cuerda hasta que te da en las narices (o hasta que otro te dice que “No”, pero eso funciona sólo a veces). Los que tenemos hijos pequeños practicamos la censura a diario, a veces en exceso, otras en defecto. Aun así, llega un día que salen por su cuenta con sus amiguitos y amigotes, y en Valladolid corren a la zona del Cuadro o a la plaza de Coca, a mirar y ser mirados, a aprender a reconocerse en y distinguirse de la manada. También quieren que les quieran, y eso les hace todavía más vulnerables. Puede que vayan a discotecas light, de coca-colas y sanfrancisos (¿existen todavía?), o puede que compren en el súper de la esquina ginebra, fantas y “chetos” y se esparzan como caracoles por las orillas del río, para coger un “pedo” fulminante. Esos son los hábitos de chavales pijoaparte, émulos de papás “peras” (esos confirmo que siguen existiendo) con polos pastel, y de colgadillos de barrio en camiseta de tirantes; de chicas “pepé” con brillo nacarado en los labios y pantalones de montar a caballo, y de adolescentes retraídas vestidas de negro. Generación tras generación hacen ese tipo de chorradas, y de repente, un día cualquiera, se hace mayores y desaparecen de las calles, dejando el estruendo a la siguiente generación.

Y los mayores, estos tipos que no tienen ni idea de nada, que nada entienden ni quieren entender, no pueden hacer otra cosa que dejar que deambulen hasta que se les acabe el impulso errático de la adolescencia. Una cosa sí se puede hacer: intentar que lleguen a los veinticinco sin antecedentes penales (ahí el ayuntamiento no ha estado muy fino), y, muy encarecidamente, rogarles que lean tres o cuatro libros y escuchen un par de recopilaciones de grandes éxitos de los sesenta y setenta, con letras traducidas, para que se enteren de que lo de hacer la revolución es otra cosa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario