miércoles, 12 de diciembre de 2012

De la torre a la trinchera

Este verano, la diputación de Valladolid preparó 300 lotes con el mobiliario de las antiguas cortes de Fuensaldaña. Desde que en 2007 se trasladara la sede a la capital, butacas, mesas, aparadores y lámparas permanecían en el castillo, acumulando polvo. Poco a poco fueron desperdigándose los lotes por los municipios que lo solicitaron, una simbólica devolución a la provincia que en 1983 cedió el uso de la fortaleza como primera sede del parlamento regional. Desde hace pocos días es posible visitar Fuensaldaña. Vi en los periódicos cómo habían transformado la antigua garita de los bedeles en recepción turística, y también una foto de la antigua cafetería, convertida en sala de exposiciones. Eché a faltar la barra en forma de rosquilla, que obligaba a los parlamentarios de diferentes fracciones a saludarse, o en su caso a ignorarse, pero al menos a cruzar la mirada mientras removían el azúcar o se comían un pincho de tortilla.

Los políticos abandonaron aquella cafetería, sin ventanas ni ventilación, sin mesas para comer, reducida e indiscreta. El parlamento regional se trasladó a su nueva sede, tan grande que, comparado con la altura de sus techos, un procurador no megalómano se siente poco más que un comino. ¿Qué interpelación está a la altura de tan magnífica arquitectura? La cafetería actual sigue las líneas diáfanas y modernas del resto del edificio, con un frente ocupado por una barra color haya y un buen número de mesas cuadradas; se da un aire a un comedor universitario refinado, en el que los tercios de cerveza hubieran sido sustituidos por botellas de vino con denominación.

Las nuevas Cortes se convierten así en materia para una parábola de la crisis; si pudieran, seguramente hoy las reducirían a la tercera parte o las devolverían directamente a Fuensaldaña. Pero no les queda otra que pasar de la torre de marfil a la trinchera, portentosa, pero trinchera al fin, caminando en plan egipcio salvo cuando toca estallar en fuegos artificiales en plena rueda de prensa, temiendo que les pregunten algo, en lugar de tener pánico a lo que ellos mismos dictan y cuentan.

Se esfuerzan por mantener el debate entre contrincantes, pero saben que odiar al político es el deporte nacional. Una competición de tal calibre que es difícil ganarla, porque siempre hay alguien que le desprecia más: el vecino de arriba, la que te vende el periódico, el chaval de los cascos, incluso el superaccionista de compañías que cotizan en el Ibex. Yo podría odiarles también, y aquí, en Valladolid, en primera línea, porque para los de las provincias “Valladolid” es eso, un conjunto disjunto de políticos haciendo la pascua, igual que Madrid o Bruselas para el profano son un brazo armado y no son ciudades en las que vive gente que se enfrenta al lunes con la misma incertidumbre que al viernes, y a la viceversa. Para los de Valladolid, sin embargo, esa “Valladolid” apenas existe. Vale, un día vieron pasar a un político con su séquito de guardianes y periodistas, pero ni siquiera sabrían decir cuál era su nombre.

Los políticos, en tiempos de mudanza, pasan de puntillas. Los que mandan apenas se dejan ver y toman café Nespresso en un despacho con vistas a sí mismos, mientras en la cafetería de abajo los funcionarios maldicen su perra suerte. Los que llevan 25 años en la oposición, tampoco pueden sentirse felices. Para unos y otros, en tiempos de crisis la consigna es que se muestren ejemplares, y la ejemplaridad parece que es, mientras se pueda, no aparecer, no estar, no decir… la ejemplaridad es la nada. Y si es posible, que el de enfrente sea la nada menos uno.

En la tierra de las bodegas con spa, para los políticos no habrá vinos de navidad como no hubo vacaciones de verano, más allá del paseo en bici y el bocata de tortilla en la chopera del pueblo, por aquello del qué dirán. A mí no me importaría invitarles a una ronda de sidra el Gaitero; alguna barra con forma de rosquilla encontraremos. Les invitaría por su bien, y también por el nuestro, porque si no se comparte barra de bar con otra gente de la que no conoces el nombre, ni se va en autobús, ni se hace cola en el médico o en el súper ¿qué sabes de los problemas de los otros? Eso sí, antes de venir y dado que pago yo, que hagan limpieza general.

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