A principios del siglo veinte Valentín y Ramón, dos jóvenes
hermanos vascos, ambos pintores, visitaron nuestra ciudad. Sufrieron lo que
Juan de Contreras, el marqués de Lozoya, llamaba “el susto de Segovia”, el
impacto que produce la primera visión de una ciudad muy bella. En el caso de
Valentín esa vinculación se extendió en el tiempo. Recorrió la capital y sus
arrabales, y también Sepúlveda, Pedraza, Turégano. Retrató a sus gentes, sobre
todo al tío Romualdo, de Zamarramala, y a la señora Basilia, de Segovia.
“Quería llevárselo todo, hombres y paisajes en su cuaderno de apuntes. No
utilizo jamás la fotografía. Sus dibujos, rapidísimos, tenían una exactitud
superfotográfica”. No cargaba con caballete en el exterior: eran esos apuntes,
junto a sus recuerdos, la base de sus lienzos.
Valentín llegó a tener un estudio, que ocupaba varios meses
al año, en el palacio de Cheste. Hay algo totalmente casual y mágico en su
relación con el conde. Los Zubiaurre, además de hermanos y pintores, eran ambos
sordomudos de nacimiento. Y el conde Cheste y uno de sus hermanos también. Juan
de Contreras era su intérprete con el resto del mundo, pues conocía el lenguaje
de los signos e incluso su taquigrafía digital, por su amistad fraterna con los
Cheste. En sus escritos, el marqués recuerda lo que supuso la llegada al
palacio de Valentín. Simpático, brillante y gran viajero, con sus opiniones
originales y vibrantes -adoraba al Greco y detestaba a Velázquez; defendía a
Baroja y Azorín y criticaba con mordacidad a los Quintero-. A sus veinte años
ya se había pateado Europa con su familia. Paz, la madre, se había ocupado de
que los hermanos Zubiaurre conocieran la belleza del mundo, a través de una
educación extraordinaria e inaudita para la época. Valentín padre era un músico
reconocido, y es comprensible que deseara que alguno de sus hijos le acompañara
en su pasión. Esa esperanza quedó atrás y fue sustituida sin lamentos por
otras, especialmente el dibujo, y posteriormente la fotografía y después el
rodaje de pequeñas películas.
En definitiva, contaron con herramientas para poder vivir y
motivos para desear estar vivos. Algo poco frecuente para personas con unas
limitaciones que en la época parecían insuperables.
Cuando falleció Juan Ceballos-Escalera, conde de Cheste, en 1923, Valentín siguió vinculado a Segovia, a través del marqués de Lozoya. De su mano llegó en 1945 a la Academia de San Fernando, con un discurso de ingreso sobre los pintores mudos y sordomudos en la historia de España. Ambos hermanos siguieron pintando. Ramón, centrado en el universo vasco y en el retrato. Valentín, más dado al impresionismo y a la nostalgia. Dos de las obras de los hermanos -El callejón de Gascos y Un hidalgo de Castilla- están hoy en la Fundación Rodera Robles, y otra de Ramón —Portada de la Casa del Marqués de Lozoya— en el Museo Provincial.
Cuando falleció Juan Ceballos-Escalera, conde de Cheste, en 1923, Valentín siguió vinculado a Segovia, a través del marqués de Lozoya. De su mano llegó en 1945 a la Academia de San Fernando, con un discurso de ingreso sobre los pintores mudos y sordomudos en la historia de España. Ambos hermanos siguieron pintando. Ramón, centrado en el universo vasco y en el retrato. Valentín, más dado al impresionismo y a la nostalgia. Dos de las obras de los hermanos -El callejón de Gascos y Un hidalgo de Castilla- están hoy en la Fundación Rodera Robles, y otra de Ramón —Portada de la Casa del Marqués de Lozoya— en el Museo Provincial.
Estos días de verano puede visitarse una emocionante
exposición sobre los Zubiaurre, como no podía ser de otra forma para unos
artistas oriundos de Garai, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Comisariada
por el vallisoletano Ricardo González, se centra en su obra más desconocida,
sus fotos y pequeñas películas. A finales del XIX, familias de la burguesía,
como los Zubiaurre, comenzaron a utilizar la cámara de fotos en el ámbito
doméstico, y ya en los años veinte las primeras cámaras de cine amateur que se
comercializaron. Comenzaba lo que ahora está generalizado: no solo mostrar un
lugar, sino demostrar que tú estuviste allí. Los dos hermanos y el resto de su
familia son los protagonistas de estas imágenes, más de mil fotos y una
treintena de pequeñas películas, entre ellas una crónica de una excursión a
Segovia, a finales de los años veinte. Escenas domésticas, en el jardín de su
casa, viajes o incluso pequeñas ficciones.
Cuando comenzaron a hacer fotografías, Ramón y Valentín
tenían 19 y 16 años; el proyector de cine llegó cuarto de siglo después, cuando
contaban con 49 y 46 años, con Ramón casado y padre de un hijo. Aun separadas
por ese bucle de tiempo, late un lenguaje y universo común en todas sus creaciones.
Al final a través de cuadros, fotografías y películas, consiguieron contar a
esa mayoría de oyentes lo que no podían expresar con palabras. Vencieron así al
silencio, y también al olvido, porque en su obra permanecen, cien años después.
Fotograma de la película sobre Segovia de los hermanos Zubiaurre. |
Fotograma de la película sobre Segovia de los hermanos Zubiaurre. |
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