martes, 17 de marzo de 2020

La manzana sanadora

Érase una vez tres caballeros que disputaban por el amor de una princesa. Ella enfermó gravemente, y el único remedio estaba en una manzana que crecía a miles de kilómetros de distancia. El rey prometió la mano de su hija, y su reino, a quien lograra traer el remedio. No voy a explicar todos los detalles, pero la manzana llega y salva a la princesa, gracias a la aportación de los tres jóvenes (uno es el que avisa a tiempo sobre la calamidad, el otro proporciona la alfombra voladora para no perder un segundo, el tercero es el que consigue la manzana), y ellos se enzarzan en una pelea para dirimir quién fue el que la salvó. El veredicto del rey es claro y justo: todos pusieron de su parte, ninguno fue el vencedor, o todos lo fueron, y felizmente la princesa se casó con quien eligió.

En estos días extraños todos nos preguntamos qué trabajos son más necesarios. Los que cuidan de la salud de todos son los primeros, eso ahora lo entendemos bien. Es emocionante escuchar los aplausos desde las ventanas, aplausos de reconocimiento y también de miedo compartido. Nos admira cómo pueden prepararse para el trabajo, adentrarse en una situación incierta, y hacer lo que tienen que hacer. Nos gusta imaginar que son héroes, pero su mérito es que no lo son: son como todos, tienen miedo, están cansados, los recursos son dolorosamente insuficientes, y aunque no saben hacia dónde conduce el camino, siguen andando.

No necesitamos héroes, como dice la canción, sino que todos hagamos lo que debemos. Si no, solo estarían obligados a trabajar para los demás los héroes, que al carecer de miedo serían unos temerarios y nos pondrían en peligro a todos, porque tendrían una visión distorsionada de la fragilidad de los mortales. En estos días silenciosos, hay que ser muy bruto para no tener presente la idea de hermandad. La cajera del supermercado, aguantando las colas, la impaciencia, los tosidos, las monedas. El de la tienda de abajo, que echaba la persiana con un brazo y con el otro sujetaba un tiesto, para seguir regándolo en su casa, en estos días en los que no ganará un euro. La pareja que pidió un préstamo para alquilar el bar de abajo, y justo el viernes pasado abre –y tiene que cerrar– las puertas. Ese chico que viene volado y trae los paquetes con piezas para que la maquinaria siga funcionando. Hasta el político que dice las palabras justas, sin echar morralla al contrario, mirando por el bien de todos. Y tantos otros, y tú seguramente, que hiciste lo de siempre, lo que debes, que a veces es tener paciencia y mirar por la ventana.




Entiendo que esto de los deberes, después de tanto tiempo reclamando derechos cada vez más específicos y particulares, resulte extraño. Pero tengo mis esperanzas. No hay héroes disponibles que puedan solucionar todo mientras seguimos tranquilamente instalados en nuestro victimismo, ni tampoco sirve entregarnos a la ira, echando la culpa a villanos y conspiraciones. Nuestras obras, nuestras palabras, son las que acortan o alargan el viaje de la manzana sanadora para este y tantos otros virus. Hoy tachamos en el calendario un día más de esta cuarentena. Y también un día menos.

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