Pensando en Kyûzo. Podría ser un Bogart, sin socarronería, o un Wayne, si le despojas de su liderazgo natural. Un tipo que hace lo que tiene que hacer, sujeto a su destino, un guerrero contenido, disciplinado y eficiente. No sabemos si en el pasado fue un santo, o un delincuente, y nos da igual. Se embarca en la tarea más peligrosa "como quien va de paseo", como dice su admirador, el joven Katsushiro. Tras la lucha se sienta, apoya la cabeza en la katana y descansa. El campo de flores existe, como existe el amor tierno de su pupilo por la chica de la aldea. Pero no es el papel que a él le ha tocado. Al final, resuenan las palabras de Kanbei: el pueblo gana, los samuráis pierden. Qué mirada, la de Kyûzo. Y él, ¿tendría miedo?
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