viernes, 4 de noviembre de 2022

La detective y su método

Antes que periodista quise ser detective. Mamé el oficio leyendo casos de los Oyster, y después de Agatha Christie. Miss Maple era mi preferida. Hay algo doméstico y liviano en las mujeres investigadoras con lo que yo conecto. Ya sé que los grandes del género suelen ser hombres: Holmes, el Padre Brown comisario Maigret, Philip Marlowe. Las mujeres detectives, muchas veces relegadas a series de entretenimiento, suelen aparecer como excéntricas. Miss Marple es una viejecita encantadora, aficionada a los rosales y al té con bollos glaseados. La Sra. Fletcher mecanografía con dos dedos novelas de éxito, madrugando para hacer jooging sin despeinarse por Cabot Cove. Ambas son cordiales y respetables, suponemos que fueron amadas y posiblemente amaron, pero solo platónicamente, porque están entregadas a su peculiar sacerdocio de encontrar los culpables de los asesinatos que llegan hasta su puerta.


En el género el crepúsculo ha llegado cuando, además de investigar casos, la detective tiene que ocuparse de con quién dejan a su hijo cuando le toca de noche. La versión cruda sería la de la policía que interpreta Kate Winslet en Mare of Easttown, consumida por sus propios errores como madre y pareja, y a la vez implacable en su búsqueda de la verdad, tratando de comprender un mundo loco y sufriente del que ella misma se siente parte. Si la querida Jessica nunca abandonó la moqueta para encontrar al culpable y asegurar que en Acción de gracias las familias coman pavo, con Kate el delito es sólo la espuma del mundo desordenado, de una sociedad de solitarios que habitan compartimentos estancos de ciudades atomizadas, inhóspitas y caóticas, en las que el sueño americano reposa en el contenedor de basura.

Hay un librillo maravilloso, Divinos detectives, publicado hace poco por Ramón del Castillo, que ahonda en los motivos por los que nos atraen estas historias. También nosotros asistimos en nuestro barrio a misterios e injusticias sin freno, pero es difícil identificar a los culpables y sus motivos. Los casos de la vida real difícilmente se resuelven, y menos aún en un par de horas o a lo sumo una decena de capítulos, nunca podemos regresar a una vida totalmente apacible y sin incertidumbres.

No es muy diferente este interés por lo policíaco del que lleva al lector a clicar en las noticias sucesos. Cada día asoman casos horribles en los que, tanto como la pérdida absurda de una vida, asombra y desquebraja nuestro interior el precipicio al que se asoma ese humano que despedaza las leyes de la vida. No es extraño que el periodista sea con frecuencia una pieza esencial y a veces vehículo de la novela negra. No es extraño que la vocación de investigador termine en una sala de redacción. Ambos profesionales hacen, básicamente, las preguntas adecuadas. Ambos tienen algo de moralistas, aunque su gesto no deba delatarlo, porque los dramas hay que tratarlos con respeto y, aunque no atraiga a tantos lectores, con el menor morbo posible. Ambos deben cuidar de no perder su instinto de buscar la verdad, atendiendo sin denuedo a las víctimas.

El periodismo no es tan apasionante como creíamos en la facultad, así que supongo que tampoco lo es la profesión detectivesca para los que la eligieron. Leo en internet que cobran en Valladolid entre 40 y 70 euros hora “más gastos”, como diría Marlowe. La cartera de servicios que ofrecen, que será la que demanda la clientela, incluye seguimientos por infidelidades o a hijos que no consigues conocer, bajas fingidas, localización de personas, bullying. En general se contrata a un detective para que confirme lo que ya crees. Tal vez confirmen tus sospechas, o quizás te lleven la contraria, porque a veces los inocentes parecen culpables, y a la viceversa.

En el método detectivesco, bien lo sabemos los seguidores del género, se trabaja con hechos probados, no con prejuicios. Da igual que el culpable tenga 500.000 seguidores en redes sociales, que sea de tu partido o del de enfrente: los culpables se reparten por igual a ambos lados. Lo fetén es atenerse a las pruebas y no emitir juicios precipitados. El problema, como ya apuntó Chesterton, es que la ficción muchas veces gusta más que la realidad, y además es más barata.

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