El otoño llega una mañana que hay cola en el centro cívico. Mujeres con cazadora vaquera de entretiempo, también hombres, aguardan su turno. Las plazas más codiciadas son las de yoga, que se adjudican por sorteo. Pero hay decenas de talleres, de memoria, idiomas, pintura, bolillos, de cocina, baile, coro, mandalas, ajedrez, meditación, paseos saludables, corte y confección… Leo: “Tardes geográficas Everest, con charlas sobre la Vuelta al Mundo, el Camino del Cid o las misiones espaciales”, para viajar como Verne, con la imaginación y las palabras. Otro: “Taller con C-Alma: practicaremos la atención plena y la escucha interior, para ganar en serenidad, concentración y alegría”. Más: “Taller de creación literaria. Para pasar un rato a solas, para no estar solo. Porque no sé quién soy, porque estoy harto de ser yo”.
Decía Bertrand Russell que, dado que hasta en las vidas más afortunadas hay momentos en que las cosas se tuercen, conviene tener todos los intereses posibles. No intereses bursátiles, sino el sano hábito de interesarse por cosas “inútiles”, en el buen sentido de la palabra. Russell, un señor inteligente y estudiado como pocos, lamentaba ya en 1930 que la educación se hubiera convertido en el entrenamiento de habilidades específicas; eso que ahora llaman “competencias” como medio para lograr un trabajo que no sabemos si será o si llegará, por muy competentes que seamos. Por el contrario, señalaba, la educación “cada vez se preocupa menos de ensanchar la mente y el corazón mediante el examen imparcial del mundo”.
Advertía sobre esas trampas al solitario que nos prepara la mente, siempre dando vueltas a cuatro cosas que nos traen por la calle de la amargura, y sobre lo importante que es conservar tu caja de juguetes, tu patio de recreo particular donde refugiarte cuando afuera, en el mundo de los mayores, aúllan los lobos, y se nos erizan los pelos del lomo porque no sabemos si somos nosotros las ovejas.
Bertrand recomendaba perseverar en el entusiasmo y en tener todos los intereses posibles. Cuantas más cosas te gustan más oportunidades de disfrute, aunque, como la vida es corta, no hay otra que elegir un puñado. Y en ese sentido, mejor adiestrarse con las que tengas más oportunidades de disfrutar, porque astronauta es una posibilidad, sí, pero muy remota y bastante cara. En ese sentido, él decía que la lectura era un placer superior al fútbol, porque leer se puede casi en toda circunstancia, y ver un partido solo a veces. Russell no era tan repipi como para sermonear sobre qué gustos son más refinados o convenientes: “Para el que le gustan, las fresas son buenas, para el que no le gustan, no lo son. Pero al que le gustan tiene un placer que otro no tiene, está mejor adaptado al mundo en que ambos deben vivir”.
Para los que tenemos la suerte de disfrutar entre papeles, un carné de la biblioteca te encumbra “capitán general”, como decía mi padre. Puedes toquetear los libros, las revistas, y en la ventanilla te atienden y te sirven con respeto, y sin mediar un euro. Y eso que en los casi cincuenta años de usuaria he acumulado una larga lista de penalizaciones por retraso. Pero da igual, te vuelven a acoger, una y otra vez. Y no solo a mí, que pago los impuestos que me corresponden, y muy feliz de que se gasten en que el centro cívico y su biblioteca enciendan la luz cada mañana. Un día, todavía en lo más amargo de la pandemia, todos embozados y asustados ante la posibilidad de compartir el aire de una habitación, reabrieron las puertas del centro cívico. Sin actividades, los pasillos estaban vacíos, y los corchos de las paredes limpios. En una esquina estaba sentado un chico de fuera, con los ojos cerrados, la cazadora puesta y la mochila en los pies, esperando a entrar en la sala de lectura, tal vez para hacer una consulta en internet, porque más gente de la que pensamos no tiene conexión. Levantarse, hacer la cama, y un plan pequeño para cada mañana, vivir, sin más.
Ahora en la biblioteca sigue conservándose el silencio, qué lujo leer sin distracciones, pero por los pasillos estos días comenzarán a escucharse sevillanas, y en los lavabos se limpiarán pinceles de acuarela y manos con arcilla. Se cruzarán señores con corbata que leen el Muy Interesante y también gentes en chándal, mucho chándal. Personas que se interesan por cosas, porque a nosotros mismos ya nos tenemos muy vistos.
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