viernes, 22 de enero de 2010

De espaldas al río

Hay mañanas en las que subes la persiana y de la casa de enfrente sólo ves luces diluidas entre el humo. Camino del trabajo, las nubes siguen ahí, envolviéndote. Pueden llegar las dos de la tarde y la niebla persiste, mojando como una lluvia suave a los peatones y, si hiela, cubriendo de blanco el paseo Zorrilla. “Ha cencellado”, dice la mujer que cada mañana se toma a tu lado el café con sacarina, y tú asientes con la cabeza, porque compartir la constatación del tiempo es cortés.

La niebla llega a Valladolid de la mano del Pisuerga. Con la niebla, el río ejerce mudo su poder sobre la ciudad, lo mismo que la sierra sopla sobre Segovia. También aquí se dice eso de que la ciudad vivía de espaldas a su río, cuando no hace tanto las riberas eran un sumidero en el que arrojar despojos. Hoy el cauce se respeta, hay un barquito en plan Missisipi, la Leyendadel Pisuerga, que lo atraviesa, e incluso existe una recoleta Casa del Río en la que se muestra la fauna y flora propia. Pero no deja Valladolid de estar de espaldas al río, porque es común vivir de espaldas a lo que nos es propio: veo a tan pocos pucelanos absortos en la contemplación de su río como segovianos mirando el Acueducto.

Pero hay días que el Pisuerga se desborda, y cubre de agua parda los paseos que le rodean, y en el merendero de las Moreras recogen los bártulos ante la posible inundación. Entonces sí, los ciudadanos hacen un hueco y acuden el domingo en tropel a observar al por lo común mudo río, a tantear si respira con normalidad. Poca cosa, nada que ver con el 2001, que alcanzó un nivel que está marcado con trazos y placas en varios puntos de la ribera. “¿Ve? Hasta aquí”, te explican, con aire experto, porque a los humanos nos sentimos más seguros cuando una cifra mide nuestros miedos, sean a la fiebre, los desbordamientos o los seísmos.

Baja el nivel, las autoridades se felicitan y volvemos a cruzar por los puentes como si debajo no hubiese agua, como si Valladolid no estuviese partida en dos por el río. También lo está por las vías de tren, y llevan varios años intentando que se soterre y se cosan a punto de cruz las dos partes, y si fuera posible en pos de la ordenación urbanística a lo mejor agarraban el río, lo metían dentro de un canelón gigante y lo trasladaban a un erial de Tierra de Campos. Algo así se intentó aquí con el Esgueva, y en Segovia con el Clamores. El río inquieta, como los gatos, tiene un silencio aparente y rebelde, y no sabes por dónde te va a salir.

El Pisuerga, un nombre que parece un apodo poco afortunado para el elegante Duero, da a Valladolid zonas tan desconcertantes como el final del tramo sur del Canal de Castilla, olvidado y silvestre para placer de los grafiteros, regala a la ciudad la belleza industrial del Puente Colgante, permite a los enamorados de cada primavera colgar de la pasarela del Museo de la Ciencia candados horteras para demostrarnos la pureza de su compromiso. También, en julio, acoge el río la procesión marinera de la Virgen del Carmen, en la que la comitiva, cofrades, párroco y el alcalde, surcan las aguas ofreciendo una insólita imagen. Al río, como el ratoncito ese del cuento que al final resulta que es el ser más poderoso del mundo, nada le asusta: sabe que tiene las de ganar.

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