lunes, 13 de septiembre de 2010

Estación Esperanza


Es muy normal sentirse raro. A mí, sin ir más lejos, me basta con empezar a leer un programa de fiestas para sentirme rarísima, porque a medida que van avanzando las páginas me dan más y más ganas de huir lo más lejos posible, a ver si con suerte no oigo ni el primer petardo. Pero vamos, no es un parecer exclusivo, porque lo mismo he escuchado de boca de un taxista, del carnicero, de un matrimonio agarrado del brazo y de un par de chicas que charlaban junto a la puerta de casa. Todos ellos habrán sentido alivio, como yo, al comprobar que los barrenderos han trabajado a fondo y la ciudad ha vuelto a su ser modestamente gris.

Salvemos algo: la estación de Ariza. Cada año, por las fiestas de la Virgen de San Lorenzo, abre al público la antigua estación de Ariza, que comunicaba Valladolid, Burgos y Soria con la vecina Aragón. La línea fue cerrada a los viajeros en 1985, y a las mercancías en 1994. Hoy permanece el edificio de piedra blanca, como un pequeño juguete olvidado en unos terrenos que poco a poco están siendo tomados por torres de viviendas y oficinas, porque antes este espacio era solo el extrarradio y ahora se llama Ciudad de la Comunicación.

Desde hace unos años la estación es la sede de la Asociación Vallisoletana de Amigos del Ferrocarril, que cada septiembre muestran sus delicadas maquetas de antiguas estaciones, en las que se conviven sin problemas las viejas locomotoras con el rayo blanco del AVE. También te dejan montar en un tren como los de antes, de asientos corridos de skay granate, con ceniceros plateados y ventanas por única ventilación. La más grande de las maquetas muestra el conocido como “tren burra”, no se sabe si por su torpe velocidad o porque arrolló a algún pobre animal, que en tiempos tuvo dos estaciones en pleno centro de la ciudad.

Contaba uno de los aficionados –que por cierto, ni son todos mayores, ni hay apenas trabajadores de Renfe entre ellos– que el desarrollo de Valladolid se sustentó sobre tres patas: el canal de Castilla, el tren, y el coche, bueno, la FASA. Las tres tenían que ver con el transporte, y las tres han concluido o transformado su ciclo. Es una buena explicación de la historia de ese Valladolid industrial, de burgueses espabilados y barrios con conciencia obrera, que existía antes de los ciclones autonómicos.

Siendo hermosa la tarea de estos aficionados a los trenes, que se agrupan jueves y domingos para restaurar materiales sin obtener beneficio alguno, lo más hermoso de Ariza es su verdadero y sentimental nombre: La Esperanza. Claro que si preguntaras a los que viven en ella (la estación está todavía habitada), lo más bonito de todo sería sin duda la huerta que la rodea.


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