viernes, 20 de agosto de 2010

Visita al mercado

Antes de que abriera la oficina de turismo, antes incluso de que hubiera bares y terrazas, en la Plaza Mayor de Segovia se celebraba el mercado. La prueba está en el vestíbulo de las Cortes de Castilla y León, que durante este verano ha acogido una muestra de los inicios de la fotografía en la región. Cuando no existía la rehabilitación y lo viejo era simplemente viejo, cuando las casas se sostenían más por la necesidad que por el cemento, puntualmente los segovianos acudían a la elipse para vender o comprar en el mercadillo. En la imagen de 1890 –obra de un fotógrafo madrileño de la época, Mariano Moreno–, se distinguen mujeres con capazos, puestos desvencijados cubiertos con sábanas, vendedores con ristras de ajos y básculas romanas, y niños sin más obligación que contemplar la escena subidos al kiosco.

Hoy, como entonces, el mercado es una cosa desordenada, más bien ingobernable y, por encima de todo, viva: directamente lo opuesto a un cementerio. No olvido, esté donde esté, que el jueves es día de mercado donde nací, y que esa mañana las vecinas se han levantado con el compromiso firme de arrastrar el carrito y rellenarlo de verduras y naranjas. Me gustan los mercados, cuando viajo intento visitar los típicos de cada localidad, y aportan más conocimiento, olores y sabores que cualquier visita guiada.

En Valladolid hay un mercado diario bajo la marquesina de la Plaza de España, de frutas y flores, en el que estos días pueden comprarse cabezas gigantescas de girasol para hartarse a comer pipas y pringarse los dedos de negro, como en los viejos tiempos. Hay también dos mercados cubiertos, el del Val, preciosa criatura de hierro de finales del XIX, que está detrás del Ayuntamiento, y el del Campillo. En ellos las clientas experimentadas piden piezas de ternera de nombres misteriosos, y observan los cortes del atún y los ojos de la merluza como si les enviasen señales inaudibles para los demás. Amas de casa profesionales, cien por cien dedicadas a la economía doméstica, que tienen conocimientos que hoy sé que nunca adquiriré, porque soy de la generación de mujeres emancipadas y sin tiempo, que cargan con el filete cortado y servido en bandeja de poliespán.

Hay otro mercado que se organiza cada domingo, en el que abundan los polos con cocodrilos clonados, camisas de marcas bis y gafas de aviador, aunque también hay puestos de chatarras varias que a veces ofrecen algo curioso. Este rastro hoy se hace junto al estadio de fútbol, aunque hasta hace poco se celebraba en la plaza de Usos Múltiples, curioso nombre de navaja suiza para un edificio en el que los vallisoletanos van a hacer diferentes papeleos de la administración. Encuentro significativo que los puestos de mercaderes hayan sido expulsados de esta ubicación para dejar paso a un proyecto municipal de embellecimiento de una zona que quieren rebautizar como “Plaza del Milenio” e instalar en ella un complicado géiser artificial. El ayuntamiento ordena, pero la vida desordena, y por eso dentro de otros cien años los tomates y las patatas seguirán por aquí, y el géiser sólo tal vez.


 

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