lunes, 25 de julio de 2011

Librerías de barrio

librerías de barrio
Entre los recomendados de la lista de libros que nos pasó la profesora de Literatura para el verano de 1982 estaba “Viento del Este, Viento del Oeste”. Sólo un año antes todavía leía historias de los tres investigadores y unas que editaba Molino para adolescentes que hacían sus primeros pinitos como arqueólogas, publicistas o jinetes mientras descubrían algún que otro misterio. No recuerdo bien el resto de los libros de la lista –me suena de aquella época Juan Salvador Gaviota, Heminway, Delibes, Unamuno, Clarín, tal vez Galdós–, porque el primero que leí fue el de Pearl S. Buck, y me enganchó tanto que dediqué el verano a leer el resto de los que había en la Biblioteca Pública de la misma autora: La buena tierra, Peonía… En todos ellos había mujeres con pies diminutos atrapados en vendas, concubinas celosas e infelices, campesinos pobres y señores ambiciosos, y bebés regordetes vestidos con ropas de color rojo carmín. Como entonces no había Internet, cuando abrí las páginas de “Viento del Este” no sabía ni quién era el autor ni de qué iba la trama, ni siquiera que hablaba sobre China. El volumen de la biblioteca tenía unas cubiertas enteladas de color granate suave, con el título impreso en letras doradas. El otro día busqué el ejemplar en las estanterías de la biblioteca, pero claro, ha pasado demasiado tiempo y ha sido sustituido por una edición de bolsillo con un título en tipografía chinesca que da bastantes pistas sobre su contenido. En una esquina de la portada indica “nosecuántos miles de ejemplares vendidos”, no sé bien si para distinguir o vulgarizar la obra.

En esa fascinación de los doce o trece años por este best seller, y también por los libros de Agatha Christie, leídos y releídos tantas tardes de verano de un tirón, están buena parte de mis preferencias actuales, que yo diría que es una mezcla de las piezas lacadas y el té de las cinco. Por alguna carambola comencé a escuchar Radio 3, y más tarde me hice socia del cine-club de la Uned, y del desaparecido Lumière. Y esos escritores, directores, músicos que admiraba a la vez citaban otros autores que les gustaban, y siguiendo aquellas pistas aprendí a encontrar canciones, imágenes y palabras que me ayudaron a crecer y que, definitivamente, hacen que mi vida sea mejor.

Me fijo siempre en los escaparates de las librerías de barrio. En Valladolid hay muchas: cuanto más grande es la ciudad, menos sentido tiene ir a las calles del centro para aprovisionarse de lo esencial, y tener herramientas para escribir y leer sigue siendo esencial. La mayoría de las papelerías sobrevive, como las mercerías, vendiendo pequeñas cosas, que a veces cuestan unos céntimos: cuadernos, gomas, bolígrafos y cartulinas. También siguen adelante gracias a la venta de libros de texto, si pueden hacer frente a la apisonadora de la competencia de las grandes superficies. Pero aún las más pequeñas cuentan con su selección literaria. Contra los kioscos de las estaciones de tren, que se aprovisionan exclusivamente de esa selección de los libros más vendidos por los que apuestan las grandes editoriales, las pequeñas librerías de barrio hacen sus propias composiciones sobre la literatura necesaria para sus vecinos porque ¿quién conoce mejor que ellos lo que quieren leer los clientes de la zona?

En el enano escaparate de estas tiendas si un libro está es que se ha ganado a pulso su presencia. Si aguanta un Pérez-Reverte, un volumen de anécdotas de la historia, un Javier Marías y un Punset es porque alguien de barrio lo ha comprado y leído, y posiblemente hasta comentado con el librero que le ha gustado. Si permanecen ediciones de clásicos es porque en los colegios cercanos los siguen mandado leer, y tampoco pueden faltar diccionarios, algunos ensayos sobre historia, manuales de salud, cocina y botánica, biografías, un buen surtido de libros para niños que no sean demasiado caros ni demasiado vanguardistas… De pronto aparecen uno o dos volúmenes de alguna editorial minoritaria que el librero sabe que funciona, porque hay un vecino rarito que de vez en cuando cae por ahí. Y puntualmente cada venta es repuesta, una a una, porque en las librerías de barrio no pueden permitirse tener esos tacos de decenas de ejemplares de la misma obra. Aquí se vende best seller (o más bien, “solid” seller), pero al detalle Y así te das cuenta que el best seller no va a comprarlo un rebaño entero, sino la chica que trabaja en la peluquería de al lado, porque el autobús que le lleva hasta Laguna tarda mucho, o el señor que se quedó viudo y ahora pasa mucho tiempo sentado en el parque. Y si leer a Pearl S. Buck te lleva a la literatura underground china, pues vale. Pero si te lleva a leer otro libro de Pearl S. Buck, pues vale también. - See more at: http://www.eladelantado.com/blogsAutorId.asp?id=39&tit=Conexi%F3n%20Campo%20Grande&post=1721#sthash.gNZWKzTm.dpuf

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