miércoles, 16 de noviembre de 2011

Un vulgar voto cautivo

Antes de comer, hago la compra y veo al candidato, muy elegante con su traje gris y su cara de preocupación. Iba a darle mi apoyo y decirle que yo sí creo que hay políticos decentes, pero se escabulle por la cola rápida con un paquete de pistachos y una barra de pan. Pienso que hoy va a comer muy mal, y también que no tiene tiempo que perder: está en plena campaña de caza de votos. 

Él no lo sabe, pero la señora de la cesta, o sea yo, le voto. Valgo poco, lo que vale mi triste voto cautivo. Porque soy de esa mayoría irrelevante que vota siempre más o menos lo mismo, no sé si por creencia o por costumbre. Podríamos decir que voto en conciencia, porque mi conciencia no me permite votar otra cosa; sólo en casos muy muy extremos, de flagrante delito, podría no votar, pero poco más.

Entiendan que en mi caso la campaña electoral es tiempo muerto. Los “míos” no hablan para mí, hablan para esos ¿un millón, dos millones? de españoles volátiles, ese grupo selecto en los que piensan cuando deciden poner al candidato de perfil o de frente, con jersey rosita o azul, con media sonrisa o mirando al infinito.

Vivo las victorias de mi partido como fracasos, porque nunca me satisfacen del todo. Cuando hablan me parece que lo hacen para esos amores de última hora que pretenden, y cuando gobiernan para no molestar a los que no les votaron. Pero si fracasan no sé por qué vivo la derrota como propia. Sin embargo, salga el resultado que salga, sólo un lelo o un malintencionado podría concluir que España se ha vuelto en un día más de izquierdas o más de derechas por ello. Son esos votos decisivos, que no arrastran el lastre de la pertenencia, los que deciden que hay que cambiar de terreno de juego.

A veces me dan un poco de envidia los requeridos votantes volátiles. ¿Por qué son tan libres y ufanos? ¿será cuestión de genética? Pero también el cautiverio tiene ventajas, como los buenos ratos que pasas criticando los errores del partido “enemigo”. E incluso cuando toca perder, prefieres llorar con tu equipo que bailar la conga en la sede de los de enfrente. Estas y otras incongruencias padecemos el 80 por ciento de los votantes españoles, los del voto cautivo. Y a mucha honra.


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