
Eso quiere decir que puedes acercarte casi cualquier tarde del año, quedarte sentada en el banco que hay enfrente de la vitrina y estudiar detenidamente la composición. Son decenas de figuras que recrean escenas más próximas a Oliver Twist que a la Judea de hace veintiún siglos, llenas de detalles y ornamentos, artificios que deberían ser aún más chocantes para los que las contemplaron en el siglo XIX, donde una naranja era casi tan extraordinaria como una perla. Pero hasta el belén de un todo a cien encierra un misterio dentro, y cuando te das la vuelta las figuras tienen vida propia y se ponen a bailar.
Junto al monumental, verdaderamente, belén, en una vitrina se muestra aislado un niño Jesús desnudito, agarrado a un corazón como si fuera a un cojín. Contra lo habitual en los nacimientos, en los que el niño suele tener unos inquietantes ojos abiertos, este Jesús está dormido, como un bebé normal. “Id bendiciéndoos los unos a los otros, mientras duermo un poco más”, parece decir, junto a un grupo de ángeles que sujetan su lecho. Bendigámonos, de nuevo, por Navidad.
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