lunes, 9 de mayo de 2022

Esa gente de fuera

 

“Llevo quince años queriendo preguntarle…” Así comienza la frase una vecina, mientras esperamos el ascensor. Compruebo que, después de 25 años, ya empiezo a integrarme en Valladolid, pero siempre con prudencia y guardando la debida distancia. Soy de fuera, como dicen en los pueblos de la que llegó para casarse y tiene casa abierta desde los años sesenta. Soy de fuera, aunque después de tanto tiempo quede poca gente que me conozca en la que fue mi casa. Me pregunto qué pensaría el camarero que me sirve el café si le dijera eso, que soy de fuera. Él ha venido de más lejos todavía, sorteando fronteras. O el repartidor que ayer me trajo un paquete. O la dependienta que esta mañana me ha vendido una chapata. Todos ellos se esfuerzan en elegir bien las palabras correctas en castellano para hablarme. Todos vinieron a Valladolid sin querer abandonar su tierra, solo para tener trabajo, como yo.

De niña no subí a la barca del Campo Grande, ni me llevaron a comer tortilla al pinar de Antequera. No pertenezco a ninguna peña ni cofradía, ni tengo parientes cerca -y eso sí que lo he echado de menos- para comer juntos los domingos. Valladolid no es Madrid, donde casi nadie nació allí, pero tampoco soy especial. Leo que “casi pucelanos” somos cerca de 8.000 de Segovia, 15.000 de Palencia y otros tantos de Zamora, 12.000 de León y 10.000 de Madrid, entre otros muchos. Y luego habría que sumar los que llegaron de Bulgaria, de Marruecos, de Colombia, de Venezuela y así hasta 140 sitios, y añadir a otros 25 que figuran como apátridas. Números, pero también personas, colegas del trabajo, padres de amigos de mis hijos, y hasta el chico que trabaja mil horas y pasea por la noche a la perrita que juega con nuestra cachorra.


No soy Tezanos, pero considerando que las estadísticas apuntan que originarios de Valladolid hay unos 350.000, y si la provincia suma, por los pelos, 500.000, cerca de 150.000 seríamos pucelanos “tipo B”. Teniendo en cuenta que los que se mueven en busca de trabajo son precisamente los más jóvenes, hay bastantes posibilidades de que uno de cada tres de los que estamos desperdigados por aceras, comercios, bares y parques seamos “de fuera”.

Hasta en la Castilla profunda todo se mueve. Eso nos da algo de miedo, para qué negarlo, y algunos se relamen con lo de “cualquier tiempo pasado fue mejor” y quieren detener la historia a garrotazos. La patria es la infancia, sí, pero para protegerla no necesita que se la congele, porque está bien asida a los recuerdos y el viento la mece, pero no inquieta, como a un junco. Da igual que tu pueblo fuera el más feo o el más bonito, todas las infancias cuando se recuerdan suenan dulces, aunque tuvieran defectos de fábrica. Los que se obcecan en el pasado juguetean con el vacío, con la nada: con la muerte, en definitiva. Porque para seguir adelante hay que dejar el miedo y confiar en la vida que vendrá.

Lo mejor de Valladolid no es una foto en sepia de los años cincuenta, es precisamente que sigue viva, y en buena parte gracias a los que un día llegamos para habitar esta tierra y mezclarnos con los de pura cepa, mientras otros que nacieron aquí hicieron lo propio y buscaron su hueco en Madrid, o donde procediera, como las abejas polinizan un campo con el polen de otro que queda lejos.

Como en mi vecindario sigo siendo “de fuera”, me siento cerca de esos que son más de fuera todavía. Ocupando los trabajos que no se cubren: el cuidado, la carretera, la limpieza, la construcción, las cocinas… y hasta las parroquias, donde no sobra personal, precisamente. Muchos, desgastándose hasta el límite para que sus hijos vayan adelante, porque parten de un escalón más abajo. Recurriendo a servicios de apoyo cuando las cosas se ponen mal, y sabemos que se ponen mal. Metiendo la pata, a veces, como los demás. Tirando palante, y con ellos la ciudad.

Mientras nos solazamos en nuestra específica identidad, las ciudades son tan parecidas que tienen que poner esas letras gigantes para que nos enteremos de dónde estamos: V-A-LL-A-D-O-L-I-D. Pandas de chicos y chicas se hacen fotos. Suena reguetón en sus móviles. Una pareja de adolescentes se besa, ella lleva velo y él una gorra con la bandera de España.

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