Si con dieciséis años me hubieran preguntado a quién habría
que borrar del planeta y rociar con polvos pica-pica, David Summers hubiera
tenido muchas posibilidades. Hombres G representaba todo lo que por entonces
despreciaba: lo pijo. Eso significaba posicionarse en contra de un segmento
nutrido de la población, porque en los ochenta los 'pijos' eran bastantes más
que los seguidores de la 'movida', digan lo que digan ahora. Los pijos eran
herederos de los 'niños pera' de los setenta, pero liberados del sombrío loden
y de esa mirada torcida de los paranoicos que quieren que el mundo se doblegue
según sus estrechos parámetros. Para ser pijo, bajo mis prejuicios un tanto
superficiales de entonces, bastaba con llevar un niki y gustarte los Hombres G.
O sea, que el acceso al club era bastante sencillo, puesto que el niki se
abarató considerablemente por esa época, cuando el Lacoste fue sustituido por
Don Algodón, mucho más asequible, y después por las imitaciones de mercadillo.
Luego llegaría al paroxismo la exhibición del logo, que todavía alguno arrastra
sin saber que se delata inmediatamente como torpe advenedizo ante los
verdaderos pijos, porque un pijo verdadero luce un estudiado abandono en su
atuendo. Cuando Tracy Lord, la rica heredera de Historias de Filadelfia,
encarnada por Katherine Hepburn, ve a su prometido con un reluciente traje de
montar a caballo, le dice: «Estás horrible, pareces el maniquí de un
escaparate», y le embadurna ipso facto con barro.
Los chicos pijos de mi juventud eran simpáticos y ruidosos, aunque tenían fama de ir a lo que iban. A su alrededor llevaban unas chicas pijas también, muy maquilladas, con los labios pintados con brillos nacarados que perfilaban juntas en manada, en el cuarto de baño de la discoteca. Olían a Nenuco y fumaban rubio, y de sus bolsos colgaban llaveros de Snoopy, que no sé si fue el origen de aquello de «te lo juro por Snoopy». Los 'no pijos' los mirábamos con una mezcla de curiosidad y desprecio, como cuando no te invitan a una fiesta en la que tienes muchas posibilidades de acabar siendo la camarera.
Aunque David Summers no llevara niki, sino camiseta blanca, y se declarara él mismo víctima de un pijo con jersey amarillo y un Ford fiesta blanco, se convirtió en la imagen de ese mundo pijo que reclamaba su espacio en la España de los ochenta. Un espacio más ligero y con más risas, aunque la historia era básicamente la de siempre, chico-conoce-chica, con la naturalidad y jeta suficientes como para pedir a la chica que se soltara el sujetador, y que se escuchara en Los 40 principales.
De adolescente asociaba a lo pijo el dinero, esos niños de papá con todo resuelto de antemano que saben que, pase lo que pase, alguien se ocupará de recoger sus estropicios y colocarlos en algún sitio, porque ellos lo valen. Lo cierto es que muchos de los que entonces iban de pijos han vivido su vida como yo la mía, con resultados en general poco pijos. No hay ningún niki que cubra las espaldas como un gran patrimonio, pero incluso eso con el tiempo se desgasta, por muy Froilancito que seas.
Otra cosa que pensaba yo, y no era la única, es que en Valladolid había más pijos de lo normal. Con el tiempo y la convivencia ya no lo tengo tan claro, aunque es verdad que en esta ciudad se gasta mucho niki y náutico. Puede que obedezca en parte a los amores que se profesan desde Tierra de Campos al Cantábrico, y también a que el niki sea un modo de estar «arreglao pero informal» -y además planchando poco-, por lo que es un atuendo útil tanto para el alcalde como para el frutero de la esquina. Y digo niki por no decir polo, que no deja de ser un niki, pero con ínfulas.
Veo que se estrena una película con canciones de los Hombres G rodada aquí, y como cuarto y mitad ya soy de Valladolid, me complace que el resto de los españoles vean a jóvenes bailando en la Plaza del Salvador, San Benito o el Viejo Coso. Ya no pienso tan mal de David Summers, que al fin y al cabo nada me hizo, y seguro que de un padre tan fantástico como Manuel Summers algo bueno se le pegó. Valladolid, encorsetada en ese cliché de ciudad facha y de gente antipática, tiene que sacudirse todo lo que pueda la naftalina, y pasar en el imaginario nacional, como lo ha hecho en la vida real, del loden al niki, o incluso a la camiseta directamente. Con el tiempo, creo que lo más envidiable de los pijos no era que tuvieran pasta, solo que se reían más. Y la alegría, aunque sea breve, siempre es un puntaz
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