lunes, 7 de agosto de 2023

Después del incendio

Yo también tenía la ventana abierta la otra noche, y escuché el impacto. Creí que era un cohete, pero al poco comenzaron las sirenas. En la ciudad te acostumbras a su sonido, aunque temes que, como las campanas, un día suenen por ti. En una hora, en el móvil se cruzaban los comentarios, los vídeos. Hubo un llamamiento para que se abstuvieran los curiosos, que dificultaban el trabajo de los equipos de rescate. En un par de horas, conocíamos lo esencial: gente que estaba recogiendo la cocina, de pronto se encontraba en la calle, en zapatillas. De madrugada, cuando apareció la vecina fallecida, todavía entraba por nuestras ventanas el olor a quemado.

Quedarse mirando a alguien cuando sufre da pudor. Ver llorar a otro revuelve, salvo que estés vacío por dentro. A la vez, atrae con fuerza. Con los sucesos, personas enfrentadas cada día por las cosas más nimias de pronto prestan atención a lo mismo. El drama nos atañe, porque la muerte nos iguala. Miramos con descaro, y nuestra compasión es tan sincera como breve, porque poco más hacemos. Es una compasión hacia dentro, hacia nosotros mismos, por la fragilidad de nuestra existencia. Caminar por la calle es cruzarte cada día con hombres y mujeres que arrastran su drama personal. Es un dolor que los mortales traemos de serie. Pero hay sucesos imprevistos, extremos. Parte de ellos nunca los conocemos, pero otros sí, porque, sin pretenderlo, se escapan de la esfera privada, y acaban ocupando unas líneas o unos segundos en los medios.

La otra noche una mujer murió y vecinos nuestros se quedaron en la calle. Estaban en la acera, y miraban estupefactos las ventanas de las habitaciones a las que ya no podrían entrar. Esa madrugada había desolación, y también apoyo. Al día siguiente, parecía que todo dependía del veredicto de las aseguradoras… Un incendio te expulsa de casa, como la mar expulsa al náufrago. Por fortuna Valladolid no es una isla desierta, y no debe serlo para nadie.

Las noticias de sucesos están en lo más alto de las búsquedas de internet. Ocurren a otros, aunque se parecen mucho a nuestras pesadillas. Buscas en la información una garantía de que a ti no te va a tocar, y no la hay. También esperas que el periodista sea mejor que tú, que explique lo esencial, sin añadir detalles que hacen daño y nada aportan. “La lengua no tiene hueso, pero corta lo más grueso”, dice el refrán, con razón. La buena información es un dique contra el rumor y también contra nuestra ira, que ansía linchar culpables, en lugar de atender a las víctimas.

La máquina de novedades no para, y la desgracia de hoy es sepultada por la de mañana. Para los protagonistas, que no quisieron serlo, queda una muesca para siempre en el calendario. Porque la gente que quieres no se muere una vez, sino muchas, y lo perdido deja una sombra profunda. La intemperie de la vida a veces ataca por las bravas, sí, pero la raza humana sabe mucho de cuidados y reparaciones. Es cuestión de tiempo.

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