lunes, 14 de agosto de 2023

Jorge o Jorgina

“La palabra más bonita de todo el diccionario es vacaciones”. Así empezaba uno de los libros de Los Cinco. En un par de meses de aquellos veranos aburridos e inmensos, me leí casi toda la colección. Enid Blyton no era Shakespeare, pero sabía lo que necesitábamos los niños para sentirnos bien: libertad, y a la vez refugio. Dicen que los que pasan más tiempo solos son los hijos de los más pobres y de los más ricos, porque sus padres están ocupados en otros asuntos, los primeros en buscarse el sustento y los segundos en buscar un sentido a su existencia. Los Cinco estaban durante el curso internos, y en vacaciones sueltos como cabras por Villa Kirrin, las más de las veces acompañados solo por la cocinera. ¡Eso era libertad! Buenos amigos, un perro, una playa y hasta una isla para tu uso personal. ¿Quién necesitaba adultos cuando la despensa estaba llena de pastel de carne, salchichas, emparedados, huevos duros, fruta en almíbar, bizcochos y hasta botellas de cerveza? Porque, al menos en esas primeras versiones, una birra acompañaba a la cesta de víveres de la pandilla.

En Los Cinco aprendías que ser niño era ser intrépido e inteligente como Julián, el líder, o leal y espabilado como Dick. Ser niña era ser miedosa y dulce, como Ana, que en las ilustraciones aparecía con una falda tableada, cuando los demás lucían pantalón corto. Ana era la “madrecita” y a veces la “mosquita muerta”, pero sabía ocuparse de vendar una rodilla herida o de que no faltara avituallamiento. Ser perro era ser como Tim, un mestizo bonito y fiel, que solo ladraba para proteger a los chicos. Y luego estaba Jorge. Jorge era Jorgina, el único personaje sobre el que se nos ofrecen explicaciones en cada una de las 21 entregas de la colección. Como cuando le llaman Jorgina no contesta, los vecinos le dicen señorito Jorge, sin sorna alguna: “todos los del pueblo sabían de qué modo ella anhelaba parecer un chico”. De Jorge sabemos que lleva shorts y el pelo corto a lo Doris Day; también que es valiente y se aguanta las ganas de llorar. Es el único personaje que evoluciona, que pasa de ser taciturno y solitario a buscar la compañía de sus primos, porque “compartir es mejor”.

Jorge, lógico, era el favorito de las niñas. Ser niña era una cosa muy difícil, porque estabas supeditada a ser admirada por tu simpatía, dulzura y recato; en fin, un teatro para el que no todas estábamos preparadas. Al menos había un margen para llegar a ser mujer, más o menos a los 25, edad en la que la mayoría de nuestras madres ya estaban casadas. Llegada esa etapa, no había otra que hacerse la permanente, comprarse un mutón y empezar a untar Tulipán en los bocadillos de los hijos.

En la adolescencia comenzaban las dudas sobre lo que se esperaba de una mujer. Se avanzaba, pero no tan deprisa. Prueba de ello es que en los grupos de los 80, ahora paradigma de la libertad, la mujer o era corista o era fan, salvo excepciones. Hasta Chrissie Hynde, líder de los Pretenders, reconoce en sus memorias que lo que ella quería era ser como el guitarrista, no ser la novia y que te dedicara una canción. Porque ser musa no deja de ser una cárcel insoportable.

Ahora que Irene Montero es árbol caído y no sé si convertido en pellets, a pesar de todo lo que me enervaron sus declaraciones y normativas, tengo que reconocer que algo de razón tenía. La revolución que mi generación creyó hacer estaba bastante incompleta. Dijimos sí cuando era no, o no dijimos nada. Quisimos ir de duras cuando queríamos llorar. En nuestra adolescencia las cosas no fueron de la mejor manera posible, solo de la manera que entonces era posible.

Concluida la primera juventud, vivir se convierte en algo muy entretenido, y deja de preocuparte qué tipo de mujer o de hombre eres. A parte de lo biológico, que es real e intenso, la mirada del otro es la que acaba por certificar lo que eres. Y lo que eres no es siempre lo mismo. Avanzando los años, puedes seguir siendo mujer, pero de ninguna manera musa. ‘Muso’ a lo mejor un poco más de tiempo, si eres Brad Pitt. Pero, al final, todos los cuerpos se parecen. Unos y otras llevamos bermudas, y hasta los hombres se han apropiado del bolso. Ya nadie va como la pequeña Ana, con falda de tablas a la playa. Jorge-Jorgina ha ganado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario