lunes, 24 de julio de 2023

Cuando fuimos mayores de edad

Cuando por fin baja el sol y abro la ventana para que entre el aire me acuerdo de la pandemia. Muchas tardes hice lo mismo, abrir la ventana y observar el césped que nadie pisaba, las lilas en marzo, las rosas en mayo, las hortensias en julio. Creo que nunca he limpiado más los cristales. Eran la puerta al mundo entero. Al oxígeno, al césped, a las urracas; también a los otros, que miraban como yo a través de sus ventanas. La estupefacción y desolación de aquellos días todavía nos quema, y hemos cerrado, no sé si en falso, aquella etapa.

Por entonces tuve bastante relación con Verónica Casado. Quiero decir yo con ella, no ella conmigo, porque nunca nos han presentado. Tengo muy presente su expresión, sus collares gigantescos, sus ojos graves y su voz nerviosa, casi siempre dando malas noticias, que eran las que tocaba dar en ese momento, para seguir vivos hoy, como si nada hubiera pasado.

En esos largos meses sin duda fue la mujer de Valladolid más conocida, en Castilla y León y posiblemente en toda la España confinada. Se fue de mala manera, leí que dolida tras comprobar lo que muchas veces es y no debería ser la política. Lo sentí, porque apreciaba mucho sus intervenciones, y confiaba en que, si ella lo pedía, sería por algo. Recuerdo que por entonces ya se vaticinaba que todos los responsables de los gobiernos de la pandemia pagarían su factura en las urnas. Venían problemas, y encima nos decían cosas que no queríamos escuchar. No nos prometían nada, ni siquiera se atrevían a aventurar cuándo acabaría todo. Y lo más increíble, colocaban sobre cada uno de los ciudadanos la responsabilidad de gobernarnos a nosotros mismos, para mantenernos con vida y no hacer daño a todos los demás.

El fin de las mascarillas no ha sido tema de campaña, quizás porque no interesaba recordar esa etapa en la que nos pusimos de acuerdo en algo. La certeza de que tu vida depende en buena parte de tus decisiones es dolorosa. Hay algunos que no lo soportan, y se anestesian en vena, rebuznando en Twitter, golpeando cacerolas o, como en los atascos, tocando la bocina, como niños con rabieta. Sin embargo, yo echo de menos cuando los políticos -poco tiempo, es verdad- nos hablaron como si fuéramos mayores de edad.

Esta mañana también abriremos las ventanas para atrapar el aire, antes de que el asfalto hierva. A diferencia de entonces, ahora podemos salir, sentarnos a la sombra de un árbol, felicitarnos o desesperarnos por lo que vendrá, que siempre es reversible, porque la democracia se encarga de ello. El otro día hice una encuesta, una sola, sobre lo que habíamos aprendido con el coronavirus. Pregunté a un taxista, porque de lo que pasa en la calle saben mucho. A parte de alguna secuela física, me dijo que ahora se sentía más fuerte. Que la pandemia no nos había hecho inmortales, sino resistentes, venga lo que venga.





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