lunes, 17 de julio de 2023

Mi reino por un trastero


Cual vaquero en el desierto de Arizona, en las tórridas tardes del verano solo tienes dos alternativas: o sudar en el sofá, o lanzarte de expedición al trastero, a poner orden de una vez. El trastero posee un microclima, así que no cuentes con ser el único al que se le haya ocurrido. En lontananza, se ven un par de cuartos con luz, y algún vecino, en bermudas y chanclas. No hay saludos: lo que ocurre en el trastero, se queda en el trastero. Sospechas que alguno guarda botellas de vino, porque de vez en cuando llega un olorcillo al pasillo, pero nadie te invita a echar un vistazo. El único momento en el que un trastero está en estado de revista es nada más aterrizar en la casa. Vacío, pensarás en la cantidad de cosas que cabrán ahí. No te engañes: se quedará pequeño, y pronto.

De vez en cuando sale en el periódico el caso de un vecino denunciado por acumular trastos. El síndrome de Diógenes, lo llaman, aunque el griego presumía de que acabaría sus días sin más equipaje que una capa, una alforja y un cuenco. “Nada bajo el sol dejaré”, decía. Era pobre, pero qué ligero debía andar, porque la mayoría parecemos escarabajos peloteros, arrastrando una bola gigantesca de objetos que, bien sabemos, no nos llevaremos a ninguna parte. Puede que el motivo principal de viajar sea demostrarte a ti mismo que puedes sobrevivir con lo que cabe en una maleta; incluso hay quien la pierde, y pasa tan fresco la quincena, con dos camisetas y una muda.

Cosas y cosas se acumulan en todas las casas, aunque en las de postín instalen amplios armarios blancos, y en las pobres apilen sus modestas pertenencias tras una cortina. En tiempos de los bisabuelos, en un par de baúles se guardaba todo el ajuar de una familia, y hasta cabía el manteo, que solo se usaba el día de la Virgen. En los pisos de ‘Cuéntame’ no había trasteros, y, si algo no cabía en casa, sencillamente, no se tenía. Ahora, en Valladolid proliferan los locales reconvertidos en trasteros en alquiler o compra, con vigilancia 24 horas, y, al paso que vamos, precisaremos de un almacén para apilar todos los residuos de nuestra existencia, clasificados por décadas.

Parece absurdo, pero, a la vez, hay algo que te remueve por dentro, y que te impulsa a guardar. El trastero viene a ser el purgatorio del objeto, que, antes o después, pasará de trasto a basura. Lo retienes por nostalgia hacia cosas sin valor que para ti son piezas de un museo personal y emocionante, y también intransferible, porque solo tú lo entiendes. A veces, por avaricia, por si vale algo en el futuro y te hace rico, ¿no hay un millonario al que llaman “el chatarrero”? Y, sobre todo, se guarda mucho “por si acaso”. Como Felipe, el de Mafalda, que se guarda una tuerca oxidada, diciendo: “todo sirve para algo”. Pero ella le replica: “pero nada sirve para todo".

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