lunes, 23 de octubre de 2023

Un santo de andar por casa

Los emigrantes tenemos la manía de mirar el tiempo que va a hacer en donde nacimos, incluso antes del que hará en donde vivimos. Por ejemplo, en Segovia apuntan lloviznas y temperaturas frescas para el martes por la noche, aunque despejará el miércoles por la mañana. A los efectos debería importarme poco, pero el 25 de octubre es San Frutos pajarero, patrón de mi ciudad. De entre todos los días del año es el que más rabia me da no estar allí, muy por encima de las ‘fiestas grandes’, San Juan y San Pedro, más parecidas a las de todos los sitios. De la noche del 24 hasta la mañana del 25, la Plaza Mayor acoge una de las mayores concentraciones de segovianos de todo el año, junto al 31 de diciembre, en la carrera de San Silvestre. El resto del año los segovianos son egipcios que caminan de perfil en un centro histórico en el que, como dice un amigo, turistas y estudiantes ‘vip’ son los colonos, y los autóctonos la India ocupada.

San Frutos es un santo de segunda clase, como el ángel Clarence, de Qué bello es vivir. Su historia es calcada a la de otros muchos: hijo de familia de posibles, renuncia a su fortuna y se entrega a la oración en un lugar apartado, pero muy bello, las Hoces del Duratón. Sus milagros son imprecisos y su vida se resume en una plana de Wikipedia, y aún sobra, porque casi todos sus atributos son fruto de la leyenda. Su brillo como celebración es reciente, tan reciente que hasta yo recuerdo cómo, a principios de los ochenta, un grupo de segovianos, sin concejales ni nada, decidieron plantarse en la medianoche del 24 de octubre en la puerta de la Catedral, coronada por una imagen labrada en piedra del Santo, que parece estar a punto de pasar la hoja del libro que tiene en sus manos. Año a año la concurrencia se fue multiplicando, y poco después a alguien se le ocurrió que a esas horas iba bien comerse unas sopas de ajo, y otros pusieron la música. Por la mañana, ya dentro de la Catedral, suena el Villancico de San Frutos, cantado sencillamente, con suerte con tres ensayos contados. Y siempre emociona.

Es fantástico pensar que todo esto que hoy es sólido hace pocas décadas no existía. La propia imagen de San Frutos, convertido hoy en un simpático ecologista barbudo rodeado de gurriatos, sería falsa si no fuera porque es imposible rebatirla, porque nada sabemos sobre él. Rocambolesco es que su apodo, “el pajarero”, no obedezca a su pasión ornitológica, sino a que en esa jornada nuestros antepasados aprovechaban para cazar pájaros con liga, una práctica hoy no solo prohibida, sino inconcebible. San Frutos, pese a su santidad, es hoy una celebración popular, surgida desde abajo, desde el pueblo; la autoridad solo acompaña un paso por detrás, como es su obligación. No es un caso especial el de Segovia, aunque sea el que mejor conozco. Al final la tradición es, por naturaleza, mestiza, y si alguien pretende guardar su esencia la convierte en un fósil.

Lo mejor de San Frutos es que no es una celebración en la que se coma y se beba hasta reventar, que de esas ya sobran, sino una fábula, compartida por todos a la vez. ¿Por qué no va a pasar el eremita la hoja de su libro de piedra? Que sea mentira es un alivio, así no es necesario que un historiador certifique la dignidad de un pueblo que ya la tiene por sí mismo, sin que necesite añorar un supuesto pasado glorioso.

Otra virtud es que no está organizada para atraer turistas, así que se celebra en su día, aunque pille a la mitad de los segovianos esparcidos por Madrid y al resto por el resto del planeta, incluido Valladolid, donde vivimos unos cuantos miles. San Frutos es el 25 de octubre y se acabó, los forasteros se pueden apuntar pero que no esperen que les pongan la alfombra. Y como no se quiere hacer caja con los turistas, no hace falta disfrazarse de medievales, ni de barrocos, ni de Isabel ni Fernando. Se puede ir así, de calle, y si hace frío con un tabardo y calcetines gordos.

Por todo esto me da rabia no estar allí mañana por la noche, para ver -y yo lo veo claramente- el paso de la hoja. Y porque es un gusto haber crecido a la vez que la fiesta, a la que en ningún caso hay que mirar con excesiva veneración, sino con toda la confianza posible. Y para los que no son de Segovia, que no se preocupen, que ya lo dice el villancico: “patrono de esta Ciudad, común padre de la patria y socorro universal”. Que no hay distingos, vaya.

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