Voy al estanco una vez al año, a por sellos. Esta Navidad
Correos sacó una serie con un roscón dibujado, pero no la tienen. Me llevo unos
en los que aparece un señor con gafas, los mismos que me vendieron el año
pasado, y que todavía no han terminado de vender. Pienso que, en esta tarde
fría de uno de los días más cortos del año, se estarán enviando al menos mil
bizum por cada felicitación que llega a la boca del buzón. Todavía alguno dice
que es poco ecológico enviar cartas, mientras se acumulan las pilas de cajas de
cartón junto a los contenedores.
También un puñadito de cartas con direcciones escritas a
mano se abren camino hasta mi buzón, ya resignado a su tristón papel de receptor
de notificaciones del Sacyl. Nada que ver con la fiesta de sobres y papeles que
se apelotonaban años atrás. Hoy hasta se echan de menos los folletos de
publicidad, las únicas revistas de entretenimiento que llegan a la mayoría de
las casas. El portal casi siempre está desierto, y hasta hay una cámara que
supervisa desde lo alto de una columna posibles movimientos extraños. Pero dan
igual las medidas de seguridad: cada Navidad, el profesor Aïdara, o Dumbuya, Darro,
o cualquier otro nombre que adopte esa temporada, deposita en los buzones su extraña
felicitación. Quizás utilice la sugestión o atraviese la materia, pero para él
no hay puertas.
En el papelito explica someramente su currículo, ‘vidente y
futurólogo africano’, y su cartera de servicios, ‘ayuda a resolver tus
problemas’. Desde lo concreto, como
recuperar la pareja, mejorar los negocios, solucionar líos familiares o dejar
el alcohol, hasta lo intangible, como limpiar el mal de ojo. No es difícil que
el profesor vidente dé en el clavo porque, ¿quién no tiene uno o varios de esos
problemas? ¿quién no lleva sobre sus hombros una pesadumbre inexplicable, que
muy bien pudiera provenir de un hechizo enemigo?
Algo no va bien, algo nos duele. Incluso puede que estos
días duela más, porque hay más tiempo para parar y escuchar al cuerpo, y
también para sentirnos solos. Como informe médico puede que resulte un poco
primitivo, pero el diagnóstico de Dumbuya es perfecto. Y todo comprimido en un
simple cuadradito de 10x14 cm. Si aprovecha bien el papel, salen ocho diagnósticos
por folio, y con tres hojas cubre a todo el portal.
Me pregunto quién será el emisario, o emisaria, de Dumbuya
en mi calle. Seguramente lleva deportivos y vaqueros, y no una túnica con
brocados. Igual ni es africano. Después de tantos años, estará dado de alta
como autónomo, o hasta puede haber montado una franquicia, porque la misma
tarjeta que reparte en Valladolid llega al resto de ciudades. Tampoco aclara si
se trata de un servicio a domicilio, o solo telefónico, como aquellos
curanderos que para quitarte un clavo del dedo enterraban bajo tierra un papel
con tu nombre escrito.
Dumbuya, como todos los charlatanes, sabe que somos un saco
de problemas, y tienen siempre a mano un vistoso catálogo de soluciones fáciles
y rápidas. Dumbuya es un pillo que ofrece resultados “al 100%” a unos pobres
desesperados que se agarran a un clavo ardiendo, y hasta se dejan timar a
cambio de un poco de esperanza.
https://www.elnortedecastilla.es/opinion/teresa-sanz-nieto-carta-vidente-20231225091142-nt.html
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