lunes, 4 de diciembre de 2023

Las canciones de nuestra vida

La música es importante. Tanto, que cuando un sintecho sueña con la perfección, imagina estar en el sofá de su propia casa, escuchando a David Bowie. Así lo escribía Víctor Vela en estas páginas, en una entrevista a personas sin hogar de Valladolid. “Bowie es Dios”, decía aquel hombre. Sí, los mendigos cuya presencia nos incomoda por la calle también tuvieron niñez, fueron amados y peinados a raya por sus madres y luego vivieron su adolescencia, llena de fuego y esperanza. Una noche, serían finales de los ochenta, vine desde Segovia con unos amigos de garbeo a Valladolid, a una terraza de la que no recuerdo ni el nombre, pero sí que sonaba Young Americans. Y de pronto Valladolid me pareció una ciudad interesante, no el lugar tristón y aislado en el terruño que imaginaba. La música hace que tengas algo en común con ese hombre perdido por una sucesión de malas decisiones, alcohol y por qué no, perra suerte; un hombre que hoy deambula y ojalá encuentre su espacio muy pronto.

Una vez alguien me dijo que lo que no se lee antes de los 25 ya no merece la pena. Es una sentencia extraña, que solo he entendido muchos años después. Puedes leer libros, pero no los vas a sentir igual, con la sorpresa y profundidad de la primera etapa. Y quien dice libros, dice canciones. Hay una construcción especial de la sensibilidad en esos pocos años. Con 15, hubiera retado a un duelo a los fans de Hombres G, grupo del que, por cierto, he leído que es declarado seguidor Mañueco. Por entonces, la ligereza de los G colisionaba con el sentimiento trágico de la vida que con frecuencia acompaña a la adolescencia. Encontré mejor refugio en la voz melancólica de German Coppini, aconsejándote que no salieras a la calle cuando había gente. Al final, cada cual buscaba un refugio en el que sentirse menos solo, fuera con banda sonora de Perales o de Leño.

A lo largo de los años he seguido escuchando canciones, exactamente 5.298 minutos este año, como me confirma el envío que estos días recibimos todos los usuarios de Spotify. Aunque fue entre los 12 y los 22, más o menos, el periodo en el que construí los sonidos que me iban a acompañar para los restos. Cuando eres pequeña esperas que de mayor te pongas rulos y bailes pasodobles, pero no (podéis estar tranquilos los jóvenes), no llega un día en el que te hace clic la cabeza y empiezas a cantar el porompompero. No hay más que ir a un concierto de rock para ver que nunca eres el más mayor, siempre otro es más resistente.

Por eso me sorprende que Óscar Puente, que nació el mismo año que yo, se emocione tanto con Taylor Swift. Una afición que curiosamente comparte con Pedro Sánchez y que les ha unido como a mí a otros seguidores de Bowie. Bien es cierto que Sánchez es muy variable, porque hace no tanto era muy fan de los Planetas y ahora lo es de Aitana y Rosalía. Feijóo, como Carnero, dice que es más de Beatles, así no falla. En su lista de favoritos, Abascal menciona a Taburete y Los Manolos, pero descuadra que incluya a Pet Shop Boys. Igual Gallardo diría que algunos “no han entendido nada”, como el otro día cuando sonó Amaral en un acto contra la amnistía. Donde unos vemos solo canciones otros ven arengas, como lo de “escucho a Wagner y me entran ganas de invadir Polonia”, que decía Woody Allen. Tal vez estos gustos musicales de los políticos no sean tan espontáneos, sino otra oportunidad para tirar la caña al caladero de posibles votantes. A un presidente del Gobierno ­o a varios­, era el asesor de turno el que le sugería qué novela comprar cuando tenía que inaugurar la feria del libro.

Las canciones que de verdad te conmueven son las que primeras que pondrías en el móvil si, tras meses deambulando por la calle, por fin tuvieras una casita y un sillón para pasar tranquila la tarde. Esas canciones crecen cuando vuelves a ellas, porque enganchan con tu vida. El algoritmo de Spotify lo sabe y, aunque te aventures a temas nuevos, siempre acaba ofreciéndote un atajo, que se llama “escucha tu música”. En mi lista hay canciones tan y todavía más viejas que yo. Cuando asoma el fin del año, Spotify te avisa un mes antes, como si estuvieras a tiempo de desgravarte de la carga de la nostalgia. Pero con la música no hay forma. Ya lo dijeron Lennon y McCartney, “Hay lugares que recordaré toda mi vida, aunque algunos han cambiado”.



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