Cuando se queda afónico el último tertuliano, cuando se
despiden los narradores de goles, la radio sigue hablando, y unos poquitos
seguimos al aparato. No veo cifras, pero si en Castilla y León contabilizan
cerca de 800.000 los radioescuchas en total, extrapolando porcentajes de
madrugada sumaremos con suerte ¿40.000? Pensándolo bien, es una cifra notable,
mayor que el padrón de alguna capital de provincia o cabeceras de comarca. La
radio acompaña siempre a conductores y gente que trabaja a turnos, pero también
a muchos insomnes y trasnochadores. Seguir el ritmo de 8-8-8 horas para dormir,
trabajar y existir, no está al alcance de todo el mundo, y con los años todavía
menos. No es cuestión de tener la conciencia tranquila o no, es sencillamente
que no te duermes. O que te despiertas tras el primer sueño, a las dos, con ese
enorme agujero negro de cuatro horas por delante. Entonces, abres la escotilla
a la radio, para que colonice tu cabeza con sus cosas y adormezca a las propias.
Las alondras diurnas no saben nada de esta empanada onírica
que es la radio de noche. Es un espacio lunar, sin apenas referencias
temporales ni geográficas: no sabes si te están hablando desde La Cistérniga, desde
la Ría viguesa o un búnker en los Monegros. Por la noche apenas se identifican
las emisoras, no hay señales horarias, las noticias están ausentes. Solo hay
música y voces. Hay música atronadora para los que quieren vivir dopados en su tripi
de juerga continua, pero también espacios para sonidos desplazados de la
pianola dominante, desde la zarzuela al rock progresivo. Pero sobre todo hay
voces. Muchas voces cercanas de locutores y también de oyentes que llaman y
cuentan cosas simples, o complicadas, de su vida sentimental. Y luego, otros llaman
para opinar de los primeros. El amor sigue siendo el gran tema en la radio
nocturna, no la decoración de interiores, ni la comida sana, ni cómo mantener
firmes los antebrazos. Gente solitaria que se come el tarro sin fin, y otra que
le responde con sorprendente vehemencia sobre lo que debería ser una relación ‘normal’.
Si te aburres, puedes seguir la travesía por otras frecuencias.
Cuando la desesperación aprieta, hay varias emisoras religiosas, con mensajes
que a veces consuelan, pero otras desasosiegan. Alguna ni siquiera deja claro a
qué iglesia pertenece. A las tres te adormilas y a las tres y cuarto de pronto
hay un señor mayor indignado con el Gobierno, alentando a la sublevación de las
masas desde las ondas. El sopor llega de nuevo, y a la media hora despiertas y sigue
insistiendo, dándose la razón a sí mismo, y de pronto invita a leer a un niño
un trozo de la historia del cerco al Alcázar de Toledo. Sí, todo esto es la
radio nocturna, y a veces lo que escuchas es tan extravagante y lunático que no
sabes si se radió, o si estabas soñando. Esa docena de emisoras que siempre se
mencionan son solo una parte de la marea de voces que llena el dial, y si sumas
las radios de internet y los pódcast me pregunto si de noche hay más gente
hablando que escuchando.
A las cinco, y cuánto cuesta llegar a las cinco, poco a poco
la radio se va recomponiendo. Las emisoras clásicas van recuperando la
consciencia, y con ellas nosotros. En esa franja de estiramientos radiofónicos es
fácil encontrar un programa útil, con especialistas en economía, empleo,
tecnología, salud. Y, ya conscientes de que somos un cuerpo, cansado y torcido
tras la noche toledana, pero cuerpo al fin, y no solo una mente perdida en el
espacio sideral, nos sincronizamos con las señales horarias y los primeros
informativos. Al poco suena el propio despertador, y entonces eres tú la que
tienes que ser noticia y salir de la nube. La noche ha sido larga y la mañana
fresca se agradece. En la cafetería, alguien comenta que esta noche no ha
pegado ojo, y te haces una idea.
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