En EGB, a la tutora se le ocurrió añadir a los cargos de delegada y subdelegada del aula un premio de consolación: delegada de prensa. Me agencié la plaza, que nadie más reclamó, con el único mérito de que en casa se compraba el periódico y podía recortar una vez a la semana un par de noticias ‘importantes’, para fijar con chinchetas en el corcho. Fuera por interés del público o por el oficio que adquirí en aquellas prácticas, comprobé que lo que mejor funcionaba era combinar un titular de los de la portada -recuerdo viajes de Juan Pablo II, unas elecciones generales o el festival de Eurovisión-, con el recorte de la sección de avisos. La noticia importante daba caché, pero los avisos recogían todo lo que se movía en la provincia. Eran útiles, y además avisaban, es decir, invitaban a participar.
En el siglo XIX, en plena ebullición de la prensa de papel,
había decenas de cabeceras que se bautizaban así, Diario de Avisos. El Avisador
se llamaba también uno de los periódicos que fue germen de El Norte de Castilla.
Aquellos tabloides con letra minúscula, sin fotografías ni más diseño que un
fino ‘filete’ que separaba recuadros, rebosaban de avisos de acontecimientos
mínimos, pero significativos para la vida local. También anunciaban que el
alcalde de turno prometía ir a Madrid para lograr que el ferrocarril llegara por
fin a la ciudad, pero apenas le dedicaban unas líneas más que a la próxima
subasta de ganado, la rogativa por la peste, el estreno de un teatrillo o la
reunión de ahorradores de la caja provincial. Es obvio que el ferrocarril
moldeó la historia de Valladolid de un modo extraordinario, y que el resto de
avisos son hoy irrelevantes. Pero permitieron al lector ser protagonista,
mientras que, del viaje del alcalde, el único testigo y portavoz fue él mismo.
Hoy, las secciones de avisos, o de agenda, ocupan un lugar
discreto, casi siempre en las páginas finales de los periódicos. Confeccionar
la portada es difícil, pero completar una buena página de avisos también lo es,
y no disfruta de tanta consideración periodística. Cuando la ciudad es grande,
y Valladolid lo es, resumir lo que pasa cada día es imposible. Sí, todo está en
internet, pero las redes son un caos: pruebe a buscar qué conciertos hay esta
semana, o si hay una conferencia el jueves. Con sus limitaciones, con sus
errores, que alguno habrá, la pequeña agenda del periódico local es un oasis de
concreción y realidad en medio del drama o a veces vodevil del ruido informativo
diario. Porque todo lo que recoge es verdad, y pasa el día y a la hora
convenidos.
Los políticos parece que dedican todos sus esfuerzos a
hundirse entre ellos, pero no se engañen: a lo que dedican más esfuerzos es a que
su agenda paralela suplante a la agenda cotidiana, la que marca la vida de la
inmensa mayoría de nosotros. Cada tarde mandan un rosario de convocatorias que
ningún medio de comunicación tiene plantilla suficiente para cubrir. No hay
tiempo material para salir por la calle a ver qué está pasando, porque en las
redes parece que pasan cosas que apenas pasan, o no pasan en absoluto. Y contra
la sección de avisos, nuestros representantes se cuidan mucho de aclarar ni el
día ni la hora en la que ocurrirá todo lo bueno que anuncian, o lo malo que
vaticinan. Vamos, que parlotean sobre la marcha, y unos cuantos de ellos con
mal estilo, en las formas y en el fondo.
Cuando alguien me dice -y por desgracia son muchos en estos
tiempos sombríos-, que no puede con las noticias, contesto: coge el periódico y
empieza por el final. Por el tiempo, la cartelera, los avisos. Luego lo local,
lo de andar por casa. Y echando valor, aunque sea con los ojos entornados, los
titulares grandes, no sea que haya elecciones y que todavía no te hayas enterado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario