A cambio de una bolsa que proporcionaba infinitas monedas de oro, Peter Schlemihl regaló su sombra. ¿Qué valía una sombra, al lado de la riqueza, contante y sonante? Pero al hombre que se la cedió no le pareció un botín pequeño. Tras recoger y plegar cuidadosamente la sombra, se la metió en el bolsillo y se fue. Peter no tardó en darse cuenta de que su vida había cambiado para siempre, que todos se alejarían de un hombre sin sombra, hasta su amada. Despojado de eso que no valía nada, pero le hacía humano, tuvo que conformarse con vivir en soledad, y salir de su guarida solo en noches cerradas.
Dicen que Adelbert von Chamisso -botánico, zoólogo, militar,
poeta romántico-, escribió este cuento para entretener a los niños de un amigo.
El argumento se aproxima a otros relatos clásicos, desde ese Rey Midas que
acaba transformando en oro a su propia hija, a la niña que entregó su alma a
cambio de que un acueducto acercara el agua hasta la parte alta de Segovia. Al
otro lado del deseo está siempre el Diablo, dispuesto a ofrecer su catálogo a
cambio de lo que no sabemos siquiera que tenemos… hasta que lo perdemos.
Si existe, como algunos esperamos, el alma, ¿estará en el
cerebro, en el corazón? Dicen que los ojos son su espejo, y puede que sea eso
lo que escudriñaban con esas esferas metálicas con las que han estado
escaneando los iris de cientos de vallisoletanos hasta hace unos pocos días en
Río Shopping. A cambio, han recibido otro intangible, unas 80 criptodivisas. Apuntan que el iris es el rasgo biométrico más
preciso, por lo que con su grabación pueden suplantar tu identidad fácilmente,
mucho más que con una foto, nombres o números. Calculaban que, desde mediados
de diciembre, han estado registrando cada día unos 130 pares de ojos, ojos de
Valladolid, y también de provincias limítrofes, que acuden al gran templo de
reunión, de consumo y ocio que es hoy un centro comercial.
Hablo en pasado porque, hace pocos días, la Agencia Española
de Protección de Datos ha bloqueado durante al menos tres meses las fotografías
del iris. El problema, como siempre, es cómo se utilizarán esos datos: por
ejemplo, si se emplean para seleccionar o bloquear tu acceso a lugares o servicios.
La empresa argumenta justo lo contrario, que es un primer caso para diferenciar
a los humanos de los que no lo son y “crear una red financiera y de identidad
global basada en pruebas de personalidad”. Su eslogan es “La economía mundial
pertenece a todos”. Pero a unos más que a otros, respondería Orwell.
Puede que éste sea un proceso imparable, y que todos los
iris acaben recogidos, pero no por una empresa privada, sino en nuestros DNI
digitales. Sorprende la docilidad con la que las personas nos entregamos al
escaneo de lo más personal que tenemos, a cambio de apenas nada. También revela
que nos entregamos entre indefensos y rendidos a la digitalización. La mayoría
no comprendemos bien las consecuencias de los datos que entregamos, y nos
conformamos con ir pasando pantallas. Hoy por hoy, somos capaces de no abrir la
puerta al vecino y por el contrario dejar pasar a un equipo de la NASA que nos
asegure que hemos sido elegidos por sorteo para formar parte del próximo
lanzamiento a la Estación Espacial Internacional. Y hasta de acompañarlos con
la escafandra puesta.
Como Peter, los cientos de personas que estas semanas abrieron
bien sus ojos para que les perteneciera un pedacito de la economía mundial, lo
hicieron libremente, aceptando las condiciones que les marcaron. La libertad
tiene ese componente, que a veces nos damos cuenta tarde de que ojalá nos
hubieran protegido de nosotros mismos, para poder seguir siendo libres. Hay
algo poético en que esos ojos que llevamos como si nada sean irreproducibles.
Que nuestra pupila tenga una forma única de cerrarse cuando tienes miedo, o
cuando te atrae alguien. “Si es que quieres vivir entre los hombres, amigo mío,
aprende en primer lugar a estimar tu sombra, y después el oro”, eso decía Peter
Schemihl que, por cierto, murió sin sombra, porque el único modo de recuperarla
hubiera sido entregando su alma a cambio, y a eso se negó en redondo.
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